Un año europeo de aniversarios, incógnitas, deseos y citas para preparar la presidencia española de la UE
Comenzamos el año europeo con una celebración, una incógnita, un deseo y una cita.
La celebración es el décimo aniversario de la puesta en circulación del euro, una moneda que ha permitido reforzar la unidad europea, facilitar las transacciones entre empresas y particulares, potenciar la economía de la Unión y, como acabamos de comprobar, hacerla más fuerte frente a crisis financieras como la que atravesamos. Hoy, una década después de tener el euro, el 27 % de las reservas mundiales están nominadas en esa moneda (frente a un 18 % en 1999), que es desde hace tiempo más fuerte que el dólar (lo que acarrea, es cierto, ventajas e inconvenientes) y avanza hacia la paridad con la libra esterlina. El innegable éxito del euro -que puede medirse en que hoy precisamente se convierte en la divisa de un 16º país, Eslovaquia- adolece, sin embargo, de la ausencia de una política económica comunitaria digna de tal nombre, de un presupuesto suficiente y de una armonización fiscal. El euro debe ser un instrumento más de la unión económica y monetaria. Por eso es imprescindible escribir cuanto antes el capítulo del gobierno económico y social de la UE: de la actual crisis deberíamos aprender esa lección.
La incógnita es la presidencia checa, que sustituye a una francesa que ha alcanzado resultados excelentes durante su semestre. Nada que objetar a ese gran país europeo -por historia, por culura, por geografía, por pensamiento- que es la República Checa. Pero sí mucho que desconfiar de quien lo preside -el ultraliberal y euroescéptico Klaus- o lo gobierna -el líder del centro derecha Topolanek-. Deberemos ser firmes en exigir a Chequia que no introduzca elementos de confusión y que recuerde que su presidencia debe responder a la voluntad colectiva de los países miembros. Una buena señal sería que no dilate ni un día más la ratificación del Tratado de Lisboa, cada vez más imprescindible.
El deseo es que ese Tratado entre en vigor antes de finalizar 2009, para lo que Irlanda se ha comprometido a convocar antes del 31 de octubre un segundo referéndum. El buen acuerdo -incluyendo la recuperación de escaños en la Eurocámara para países como España- adoptado en diciembre por el Consejo Europeo deberá facilitar que el resultado de esa consulta sea esta vez positivo y permita, así, avanzar a 500 millones de ciudadanos de la Unión.
Y la cita son las elecciones al Parlamento Europeo, a celebrar entre el 4 y el 7 de junio. Nos jugamos mucho en estos comicios: una Cámara a la altura de las circunstancias, que deberá ser motor de la integración europea, de la aplicación al máximo del Tratado de Lisboa y de ponernos a la velocidad de cambio que se inicia en Estados Unidos el 20 de enero con la llegada de Obama a la Casa Blanca. Vamos a trabajar para que el PE tenga una mayoría progresista encabezada por los socialdemócratas. Contamos para ello con el excelente Manifiesto adoptado por el Partido Socialista Europeo en Madrid a principio de diciembre. Estoy seguro de que el PSOE puede y debe ganar esas elecciones en España con un discurso europeo y europeísta. Esa sería nuestra mejor contribución a lo que será la noticia del siguiente 1 de enero, en 2010: la presidencia española de la UE, con Zapatero a la cabeza.
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