martes, 26 de junio de 2007

Europa, todos al tren

En la edición de hoy de El País, publico un artículo sobre el acuerdo alcanzado en último Consejo Europeo en relación a la Consitución Europea, junto con José Ignacio Torreblanca:

Europa, todos al tren
TRIBUNA: CARLOS CARNERO Y JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA
El País 26/06/2007

El consenso alcanzado por el Consejo Europeo en la madrugada del sábado 23 de junio pone fin a dos años de parálisis e incertidumbre. Para los que durante ese tiempo han proclamado día tras día la muerte de la Constitución Europea, el acuerdo tiene que haber resultado una desagradable sorpresa.

En primer lugar, se ha mantenido en su práctica totalidad todo lo acordado por la Convención en 2003 y endosado por la Conferencia Intergubernamental en 2004. Pero no sólo se salva toda la parte primera del Tratado Constitucional, sino también las innovaciones contenidas en su parte tercera referidas a las políticas de la Unión, con especial atención a la política exterior y de seguridad y la cooperación en materia policial y judicial. Es más, en línea con lo demandado por los gobiernos más europeístas, se ha aprovechado la ocasión para mejorar el Tratado Constitucional en cuanto a la política energética y la lucha contra el cambio climático. Además, la Carta de Derechos Fundamentales mantiene su carácter jurídicamente vinculante, aunque se incluya solamente en los nuevos Tratados con una referencia cruzada y el Reino Unido se autoexcluya parcialmente de su aplicación. Por tanto, con el paquete institucional originalmente pactado en 2003-2004 preservado en su integridad, la Unión Europea funcionará de forma más eficaz, más democrática y más simple para dar respuesta a las preocupaciones de sus ciudadanos.

Como es habitual, sin embargo, un acuerdo europeo tiene que ser agridulce para ser tal. Nadie puede negar que los sacrificios que ha habido que hacer con tal de lograr salvar la sustancia de la Constitución Europea producen una perplejidad total. Que para lograr este acuerdo haya que haber mutilado todas las reminiscencias constitucionales y otros símbolos que pudieran siquiera levemente apuntar a unas supuestas (pero falsas) ambiciones estatales de la UE, puede llegar a entenderse. Pero que, en su empeño por evitar un referéndum, algunos gobiernos necesiten, entre otras cosas, ocultar la primacía del derecho comunitario, esconder el objetivo de la libre competencia, eliminar el nombre de ministro de Exteriores o camuflar bajo la denominación de reglamento lo que, en definitivas cuentas, es una ley, provoca verdadero sonrojo cívico y político.

A primera vista, uno tendería a pensar "allá ellos con sus electorados". Sin embargo, después de haber sufrido dos años de bloqueo, atribuibles en gran parte a la falta de liderazgo en los siete países que se han mostrado incapaces de ratificar la Constitución Europea, nada de lo que ocurra en las esferas nacionales nos debería ser ajeno. Lamentablemente, además, los líderes europeos se han olvidado, otra vez, de acordar un Plan B para el caso de que la ratificación fracase en algún Estado miembro (cuando sabemos de antemano que habrá referéndum en un mínimo de dos Estados, Irlanda y Dinamarca, sin descartar que las presiones fuercen su convocatoria en algún otro Estado miembro). Por tanto, visto lo visto, y con un procedimiento marcado por la unanimidad, no se debería celebrar el rescate del Tratado Constitucional hasta que no se deposite el último instrumento de ratificación.

Mirando hacia delante, es indudable que el acuerdo del sábado 23 representa el primer éxito palpable de una nueva generación de líderes (Merkel, Sarkozy y Zapatero). La canciller alemana prometió salvar la "sustancia" de la Constitución Europea y ha cumplido; Sarkozy, que comenzó proponiendo un mini-Tratado de contenido muy preocupante, ha finalizado por aliarse incondicionalmente con los países del sí; y Zapatero, cuyo giro hacia Europa topó con las ruinas del liderazgo Chirac-Schröder, se ha visto por fin admitido en el selecto club de los que lideran la Unión Europea.

El Gobierno español, que hace seis meses era denostado por su iniciativa de convocar en Madrid a los "amigos de la Constitución", no sólo ha logrado sus objetivos, sino que ha logrado una excelente sintonía con Sarkozy que deberá rendir frutos en el futuro más inmediato.

Si este nuevo acuerdo entra en vigor, como está previsto, coincidiendo con las elecciones europeas de 2009, el horizonte será idóneo para continuar avanzando en el proceso de integración europea. ¿Cómo?

En primer lugar, desarrollando las previsiones establecidas en el Tratado Constitucional, que se repartirán entre dos Tratados (el Tratado de la Unión Europea y un nuevo Tratado sobre el Funcionamiento de la Unión). La Unión Europea que salga de la próxima legislatura tendrá una voz más visible, eficaz y coherente en el mundo, una capacidad legislativa acentuada en numerosísimas materias cruciales para la ciudadanía europea y unos procedimientos mucho más abiertos, democráticos y transparentes.

La tarea, por tanto, debe ser ahora la de recuperar el tiempo perdido durante estos años de parálisis y llevar a cabo los objetivos que la UE lleva persiguiendo desde la Declaración de Laeken. Pero la tarea europea no debería agotarse en mejorar hacia adentro y hacia fuera lo existente. Aunque la sensación dominante estos días sea la del alivio ante el más que evidente riesgo de retroceso que hemos vivido, la unión política sigue siendo un objetivo no sólo legítimo, sino necesario. Por más que las actitudes de algunos hayan puesto de manifiesto estos días lo alejados que están de compartir la misma visión sobre el futuro de la UE, seguramente somos mayoría cualificada -nunca mejor dicho- los que pensamos que la estrechez de miras y la pequeñez del horizonte de algunos no nos exime a los demás de seguir pensando que en el mundo que se nos viene encima en las próximas décadas, con sus enormes desafíos políticos, demográficos, económicos y científicos, Europa estará unida de verdad o simplemente no estará.


Carlos Carnero es eurodiputado y miembro de la presidencia del Partido Socialista Europeo y José Ignacio Torreblanca, profesor de Ciencia Política en la UNED e investigador principal para Europa en el Real Instituto Elcano.


Y vosotros, ¿qué opináis?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Carlos,

Ha sido un gran trabajo. Parecía difícil salvar los puntos más importantes de la Constitución y se ha conseguido. Parece que las instituciones podrán revigorizarse.

Ahora resta el mayor de los problemas y que es cosa de todos solucionar. Que los ciudadanos se impliquen. Ya no vale la excusa de que no les llega la información. Quien no sabe lo que se cuece en la Unión es porque no quiere. Lo que falta es que la gente de a pie comprenda que no hay tanta diferencia entre su parlamento regional o estatal y las instituciones europeas. Que Europa y España (o cualquiera de sus países) no es algo distinto y separado. Que cuestiones que les afectan directamente se deciden en las instituciones de la Unión.

Esto resulta imprescindible porque, a día de hoy, parece que los únicos ciudadanos concienciados son los euroescépticos.

Hay que conseguir generar el interés de todos porque la mayoría, o por lo menos la mayoría de los jóvenes, estamos por una Unión Europea fuerte.

Anónimo dijo...

No veo donde ha estado el gran trabajo. Los mercaderes se han dedicado a traficar intereses particulares sin pensar ni un segundo en los ciudadanos europeos.
Han fracasado en el supuesto objetivo de hacer la Unión más cercana a los ciudadanos y más comprensible.

Anónimo dijo...

Soy poco inclinado a contestar a anónimos pero, ya que aludes a mi comentario y tus palabras me parecen razonables, lo haré.

Podría estar de acuerdo en que no se ha conseguido hacer la Unión más cercana a los ciudadanos. Del texto sencillo que representaba la Constitución al Tratado que pueda resultar habrá, probablemente, una gran diferencia en cuanto a comprensión. El rechazo de la nueva terminología propuesta apunta también en el sentido de tu crítica.

Pero decir que se ha fracasado en hacer de la Unión algo más cercano a los ciudadanos me parece una crítica injusta o desinformada. La muestra más clara es que con el nuevo Tratado siguen aumentando las materias que se someterán al procedimiento de codecisión. En este procedimiento el Parlamento, elegido por los ciudadanos, tiene la última palabra. Siendo ésto así, solo es cuestión de tiempo que los ciudadanos se den cuenta de que están más cerca de las decisiones que se toman en la Unión.

Anónimo dijo...

Perdón, en mi anterior comentario he tenido un lapsus y en el segundo párrafo cuando decía que "podría estar de acuerdo en que no se ha conseguido hacer la Unión más cercana a los ciudadanos" quería decir "más comprensible".

Sin aclararlo no se entiende la respuesta.

Un saludo,

Francisco Polo
www.CosasdelaDiplomacia.info