martes, 29 de noviembre de 2011

¿Núcleo duro del euro? NO con mayúsculas: mi artículo en Nueva Tribuna


Como nos descuidemos, nos rompen la Unión Europea. Así lo digo en el artículo que acabo de publicar en Nueva Tribuna.

¿Núcleo duro del euro? NO con mayúsculas

Carlos Carnero

Conviene estar atentos a lo que se nos puede venir encima desde Bruselas en los próximos días para decir, sencillamente, NO, con mayúsculas. Un no europeísta, por descontado, un gran no.

Me refiero al invento de cambiar los Tratados de la UE en vigor para configurar un “núcleo duro” o una “primera línea” del euro que la derecha alemana encabezada por la Angela Merkel y secundada por la francesa anda propugnando a los cuatro vientos de las filtraciones periodísticas al mismo tiempo que sigue alentando las dudas sobre algunos países comunitarios para beneficiarse de las dificultades de su deuda. El último ejemplo de tal situación lo protagonizó a su pesar, hace algunos días, Mario Monti, que en la misma rueda de prensa conjunta con Merkel y Sarkozy contempló –supongo que estupefacto- cómo la canciller se dedicaba a espolear a los mercados para que le pidieran a Roma un interés brutal e injustificado por sus emisiones a corto plazo: buena mano…al cuello.

Ahora nos dicen que hay que cambiar los Tratados para conformar una “unión fiscal” entre los socios cumplidores del euro, de la que quedarían fuera los díscolos. “Unión fiscal”, traduciendo de Merkel, no significa otra cosa que consagrar en la norma básica de la UE nuevos criterios de austeridad presupuestaria, o sea, nuevos y más duros ajustes, por si habíamos tenido pocos.

Cuando la OCDE acaba de advertir que la UE entrará en 2012 en recesión y Barack Obama reclama a Barroso y Van Rompuy en la Casa Blanca que pongan su economía a funcionar de una vez, la única idea que se les ocurre a Merkel y a Sarkozy es promover más y mayor dureza, menos gasto e inversión pública. Y encima quieren consagrarlo en los Tratados en tanto que norma de derecho primario. Exactamente lo contrario de lo que necesitamos.

El Tratado de la UE obliga a todos los estados miembros –excepto al Reino Unido y a Dinamarca- a ingresar en el euro, cumpliendo para ello los llamados criterios de convergencia y el Pacto de Estabilidad y Crecimiento en deuda, déficit e inflación. Luego han venido muchas normas que inciden en ese sentido, pero sin rango constitucional: el Pacto Euro Plus o, directamente, la puñalada de la prima de riesgo.

Ni nos hace falta ni es posible crear una Europa a distintas velocidades cuando hablamos del euro. Primero, porque estar en el euro es un derecho y una obligación de todos los estados miembros con los mismos criterios; segundo, porque los parámetros para ingresar en la moneda única ya están fijados suficientemente; tercero, porque la cooperación reforzada no es aplicable en el campo de las competencias exclusivas de la UE, y la monetaria lo es.

Se habla también de un tratado bilateral negociado entre estados que luego se añadiría al acervo comunitario, como se hizo con Schengen. Volveríamos por esa vía a poner en cuestión el avance hacia la unión política y el método que lo gestiona, aumentando el déficit democrático exponencialmente.

Pero la gran cuestión es ¿para qué diablos nos hace falta esa reforma de los Tratados que consagraría un “núcleo duro” o una “primera línea” del euro? ¿Para el bien común? No, en realidad para favorecer los intereses del capital financiero e industrial centroeuropeo y las aspiraciones ideológicas de la derecha que gobierna en Berlín o París.

Veamos. Lo que de verdad nos hace falta es emitir eurobonos y que el BCE compre deuda de los países de la eurozona a cualquier precio. Para eso no hace falta reformar los Tratados. Y si estos se reforman no debe ser para escribir en mármol políticas económicas que tienen alternativa o principios ideológicos que no es obligatorio compartir, sino para establecer un Tesoro europeo, armonización fiscal y una Europa social digna de tal nombre.

Así que mi conclusión es la del principio de este artículo. ¿Reforma de los Tratados para un “núcleo duro” del euro? NO; ¿reforma de los Tratados para un verdadero gobierno económico europeo? SÍ; ¿reforma de los Tratados para santificar la política económica conservadora que nos mantiene en el estancamiento y nos lleva a la recesión? NO; ¿reforma de los Tratados para que la UE pueda intervenir en el ciclo económico para el crecimiento y el empleo? SÍ. ¿Reforma de los Tratados para lo que de verdad importa ahora, o sea, contar con eurobonos y con un BCE que compre deuda de los estados de la eurozona? NO hace falta.

La solución europeísta y eficaz a los problemas de la UE es la federal. Y la que proponen –o insinúan proponer- Merkel y Sarkozy es todo lo contrario: la fragmentación de la Unión.

Ya que confío bien poco en la capacidad de la Comisión para defender el interés comunitario con firmeza, espero que el Parlamento Europeo utilice esta ocasión para restablecer su autoridad y reaparecer de una vez por todas diciendo que no acepta destrozar la Unión de la que es la única institución elegida en las urnas.

Los planes de la Alemania de Merkel y de la Francia de Sarkozy no convienen tampoco a España, por razones evidentes: forzarnos a más ajustes es un suicidio seguro. Por lo tanto, el objetivo no debe ser estar en esa “primera línea” futura del euro, sino de oponerse a cualquier atisbo de inscribirla en los Tratados. Es lo que debe exigirse que defienda el Gobierno español porque conviene al interés de nuestro país: no a una reforma de los Tratados, no al núcleo duro del euro, sí a los eurobonos y aun Banco Central activo frente a los especuladores. En lo primero, el Ejecutivo lo tiene fácil: con que un estado miembro diga no, no habrá atutía. Se llama unanimidad y lleva aparejado el derecho de veto.

El PSOE, consecuentemente con su programa electoral, lo tiene fácil y claro: NO.

martes, 22 de noviembre de 2011

Escenas de la lucha de clases en la UE: mi artículo hoy en El País

¿Qué mejor reflexión tras el 20-N que publicar un artículo en El País?

Escenas de la lucha de clases en la UE

CARLOS CARNERO

22/11/2011

Una de mis películas favoritas es Escenas de la lucha de sexos en Beverly Hills, dirigida en 1990 por Paul Bartel: inteligente, elegante, divertida. El título con el que fue estrenada en España tiene su gracia: somos tan mojigatos que, dicen, cambiaron el original en inglés porque resultaba muy fuerte que se llamase aquí Escenas de la lucha de clases en Beverly Hills.

Nos pasa un poco lo mismo con la crisis o con la Unión Europea: parecemos incapaces de llamar a las cosas por su nombre y de analizar lo que ocurre desde un punto de vista socioeconómico, teniendo en cuenta, como ha recordado el multimillonario Warren Buffett, que sigue habiendo lucha de clases, y la están ganando los ricos.

Ni la UE ni el euro van a desaparecer. Afirmarlo solo forma parte del tremendismo que se ha apoderado de buena parte de la opinión pública. Pero es verdad que la UE ha conseguido enredarse en su propio rompecabezas de acuerdos y desacuerdos, con el consiguiente despiste de la ciudadanía y de los propios responsables políticos. Desde que empezó la crisis, la UE ha tomado muchas y buenas decisiones. Las últimas, en la Cumbre de la Eurozona sobre la recapitalización bancaria, la quita privada de la deuda griega y la ampliación del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera a un billón de euros.

Entonces, si la UE ha avanzado mucho en instrumentos y procedimientos de toma de decisiones económicas y financieras desde el comienzo de la crisis, ¿por qué seguimos temiendo que cada momento (el último: máxima agudización de las crisis políticas y de la deuda en Grecia e Italia) sea el final, en el peor sentido de la palabra? La explicación no hay que buscarla ni en un análisis estático de la Europa de los Estados ni en el perfil psicológico de los gobernantes: ese simplismo ya aburre.

Pero un análisis social y dialéctico de lo que está pasando sí nos puede llevar a conclusiones válidas, empezando por la fundamental: el laberinto europeo está provocado, por un lado, por la incapacidad de la mayoría conservadora del Consejo y la Comisión para fijar un objetivo global que dé coherencia a las múltiples decisiones adoptadas -más allá de sus intereses a corto plazo en el marco de cada frontera nacional y de su empeño ideológico en el ajuste por el ajuste, haciendo pagar a los trabajadores el coste del mismo- y, por otro, por los denodados esfuerzos del capital financiero radicado en Wall Street y la City por trasladar el foco de la crisis a la zona euro.

Ya es hora de plantear, por tanto, que la solución europea a la crisis no pasa por el paradigma neoliberal (constatado su evidente fracaso) defendido a capa y espada por la derecha europea hoy hegemónica, sino por poner en marcha políticas keynesianas de crecimiento y empleo financiadas no por mayor gasto público basado en la deuda (que se ha demostrado una trampa mortal), sino en mayores ingresos provenientes de la mejora de la imposición progresiva, en el nivel nacional y en el europeo, creando nuevos impuestos (como la tasa Tobin), haciendo que paguen más quienes más tienen, acabando con las deducciones y exenciones que privilegian las rentas del capital frente a las del trabajo y poniendo coto al fraude y los paraísos fiscales. Y ello requiere necesariamente un cambio de orientación en la mayoría política de la UE.

Hace falta una nueva mayoría política progresista, capaz de plantear el predominio de la inversión pública frente a la desregulación neoliberal -a la vista de que esta solo ahonda la crisis y el desempleo- y de culminar la unión política federal europea con un gobierno económico y social comunitario que responda a lo que somos: una economía social de mercado con un Estado de bienestar indiscutible, tanto por justo como por eficiente.

Una mayoría política de la izquierda europeísta que sustituya la carencia conservadora de horizonte para establecer uno viable y compartido por la ciudadanía: una unión económica que incluya un Tesoro comunitario, un Banco Central que mantenga la estabilidad de precios pero colabore al tiempo con la política económica de la Unión -como hace la Reserva Federal norteamericana-, eurobonos, mayor presupuesto (el 1 % de la Renta Bruta de la UE como tope máximo del mismo es una broma pesada), armonización fiscal, agencia independiente de calificación de deuda y una Europa social tan importante como el mercado único.

Alguien podría pensar que también en la izquierda hay contradicciones y que conformar la mayoría citada será complicado. ¡Desde luego! Pero mucho menos que antes de la crisis a la vista de la creciente coincidencia de propuestas entre partidos con cultura de gobierno como los socialdemócratas alemanes, los socialistas franceses y españoles o los laboristas ingleses. De hecho, si hay un partido europeo que desde 2008 está avanzando propuestas útiles y con horizonte que luego se han convertido en realidad o tienen visos de hacerlo a corto plazo, ese es el Partido Socialista Europeo: así ha sido en el caso de los mecanismos de estabilidad financiera, de la tasa Tobin o de los eurobonos, entre otros ejemplos.

El coste en tiempo, dinero y credibilidad es demasiado elevado como para seguir manteniendo un título ficticio en esta película y no modificar la mayoría que la interpreta en las instituciones europeas. Ya es hora.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Votaré PSOE, votaré Rubalcaba


Así que ya hemos llegado a las vísperas de las elecciones generales.

Después de un año y medio de todo tipo de situaciones y críticas, llega la hora de decidir de verdad.

Espero que los que todavía piensan quedarse en casa o votar por opciones progresistas sin ninguna de posibilidad de obtener escaño -con todos los respetos- no se levanten el 21 de noviembre llamándose andanas.

Que cada uno asuma su responsabilidad y cada palo aguente su vela.

Por mi parte, siguo pensando lo mismo: votaré PSOE, votaré Alfredo Pérez Rubalcaba.

Argumentos hay de sobra, cada vez más, si cabe. Esuchad la entrevista a Rubalcaba en la SER y lo veréis.

En cualquier caso, no tendré nada de lo que arrepentirme el lunes que viene.

martes, 15 de noviembre de 2011

La crisis de la avaricia se gestó durante 30 años

Buen y oportuno artículo el de Diego López Garrido hoy en El País, planteando similares cuestiones a las que el candidato socialista a la Presidencia del Gobierno, Alfredo Pérez Rubalcaba, propone a la ciudadanía española de cara al 20-N:


La crisis de la avaricia se gestó durante 30 años

DIEGO LÓPEZ GARRIDO

En 1979, Margaret Thatcher fue elegida primera ministra de Reino Unido. En 1981, Ronald Reagan fue elegido presidente de EE UU. Treinta años después, vivimos en el núcleo de una tormenta perfecta que tiene su raíz en el giro brutal que dichos líderes imprimieron a la economía financiera globalizada.

El cambio político conservador fue posible porque iba acompañado de tres fenómenos económicos capitales. El primero, la aparición de un mercado financiero autónomo que se separa de la economía real y se internacionaliza irreversiblemente.

El segundo, la liberalización de las tecnologías de la información, que conduce a "la crisis de las telecomunicaciones" (Diego López Garrido, Fundesco, 1989) y que tiene como fechas de referencia el Consent Decree de 24 de agosto de 1982 (desmantelamiento de ATT) y la decisión desreguladora del juez Greene del 7 de marzo de 1988.

El tercer fenómeno es el más importante a nuestros efectos y deriva de los anteriores. En efecto, dado que el mercado financiero consiguió desatarse de sus anteriores regulaciones, fue capaz de crear dinero artificialmente, moviéndose a la velocidad de la luz, a lo largo y ancho del planeta, por las autopistas tecnológicas que le suministró la informática y la telemática, también desregulada. Esta creación de dinero tomó la forma de deuda, transmitida sin límites porque en cada transmisión hay una ganancia para el broker, entidad o banco de turno. Este es el proceso histórico en el que con mayor claridad se haya visto la fuerza depredadora que tiene el impulso humano hacia la codicia.

Tal proceso no ha sido inocuo políticamente. El thatcherismo y los reaganomics han empujado en el último cuarto de siglo XX a un crédito fácil sin fronteras, que terminó por seducir fatalmente a los Estados occidentales, con gran necesidad de financiación. De ahí que, desde 1987 a 2007, la deuda pública, consecuencia del déficit creciente de los países de la OCDE, pasara de representar el 55% del PIB al 100%.

El hecho paralelo, en ese mismo periodo (1987-2007), es el frenazo a la otra fuente de ingresos públicos, los impuestos. Especialmente, la degradación y debilitamiento de los impuestos directos progresivos. Desde Reagan y Thatcher la tributación dio un vuelco (The Economist, 24-9-2011). Los tipos marginales más altos aplicados a los más ricos se desplomaron en los países desarrollados. Durante la era Reagan la tasa marginal más alta en el impuesto sobre la renta cayó del 70% al 28%. En Reino Unido, Thatcher (entre 1979 y 1988) descabezó el impuesto sobre la renta bajando el tipo máximo desde el 83% al 40%. Otros países siguieron ese rumbo. En toda la OCDE, los tipos máximospasaron del 40% en los años ochenta al 28% en 2007.

Tengamos en cuenta que esos desplomes en los impuestos sobre los ingresos han sido mucho mayores en las rentas de capital que en las del trabajo (los impuestos sobre el trabajo representan, según la Comisión Europea, el 50% de los ingresos tributarios en la eurozona). Especialmente intensa ha sido la reducción "competitiva" del tipo de los impuestos de sociedades, y la invención de deducciones y exenciones, para disfrute preferente de las grandes empresas. Ese es, por cierto, el impuesto que Rajoy propone bajar aún más en España.

La crisis que vivimos es la crisis de la inflación de deuda, movida por la avaricia de los mercados financieros, oligopólicos en realidad, y por las decisiones políticas de gobernantes cortoplacistas, incapaces de ver más allá de sus narices; gobernantes que huyeron de los impuestos progresivos para refugiarse en la deuda pública descontrolada.

Ahora, esa crisis, engendrada a lo largo de 30 años, ha estallado, y el mundo occidental se encuentra con enormes deudas privadas y públicas que tiene que digerir, y que alguno no puede digerir sin ayuda externa (Grecia, Portugal, Irlanda... por ahora). Por eso, cuando se clama contra la Unión -como siempre- porque no se ven los brotes verdes, hay que recordar los años de sobreendeudamiento. Salir de esta realidad requerirá tiempo porque se construyó a lo largo de décadas.

La deuda accidental se infló aún más después de la caída de Lehman Brothers (2008-2009) pues los déficits se dispararon ante la necesidad de ayudar al sistema financiero que había creado la crisis, y por la disminución acelerada de los ingresos fiscales. La reacción de la UE es conocida: austeridad (2010-2011). Hoy, esa reacción, montada solo sobre los gastos, no es suficiente, el crecimiento no llega, y la recesión está a la vuelta de la esquina.

Hay que crecer y crear empleo, pero, ¿cómo?, ¿de dónde se saca el dinero para invertir, para volver a calentar la economía paralizada por la ausencia de liquidez y de crédito al por menor? Esta es la pregunta pertinente. La derecha no da respuesta a este interrogante. Decir, como hace Rajoy, que su fórmula mágica es desfiscalizar aún más las rentas del capital o los beneficios corporativos, es, sencillamente, incompatible con el mantenimiento del Estado de bienestar, y también incompatible con los compromisos de reducción del déficit con la Unión Europea.

Por más vueltas que le demos, todos los caminos conducen a la Unión Europea y a los Estados, o sea, a la intervención pública. Hay dos vías inmediatas que deben abordarse si no queremos desembocar en la recesión y profundizar en las crisis de deudas soberanas. La primera ha de ser protagonizada por el Banco Central Europeo, la institución financiera más poderosa de Europa. El BCE debe seguir bajando los tipos de interés y debe intervenir aún más en los mercados de deuda hasta el límite (prohibido por los Tratados) de la monetización de la deuda. Los Tratados deben ser reformados y dar entrada a un modelo monetario más federalizado, que refuerce la eurozona y el BCE, única forma de obtener confianza duradera de los mercados ante el euro.

La otra vía -la más relevante y de largo alcance- está en las manos de los Estados y se llama impuestos progresivos. Los argumentos de la derecha sobre la inutilidad de los impuestos sobre los que más tienen, y su insuficiencia carecen de base real. No es cierto que las grandes fortunas sean pocas y por tanto puedan aportar demasiado poco a las arcas del Estado. Según la OCDE, el 10% de los contribuyentes, que representan a los más ricos, contribuyen en un tercio del total de ingresos tributarios. Así que un aumento sustancial de la carga tributaria sobre las grandes fortunas significaría importantes ingresos fiscales. Ingresos dirigidos a: inversiones creadoras de empleo; servicios públicos de sanidad y educación; y amortización de la deuda. Lo mismo cabe decir de la revisión de la multitud de deducciones del impuesto de sociedades. Y lo mismo de la necesaria lucha contra el fraude fiscal y los paraísos fiscales, cómplices de la globalización financiera corroída por la avaricia.

Es bastante inútil esperar pasivamente a que el crecimiento y el empleo vuelvan como un milagro del espíritu santo. A la política se le pide acción colectiva, acción de poder frente al callejón sin salida de la crisis. Esta crisis creció sobre la codicia de la creación ilimitada de dinero y por tanto de deuda. No puede ser vencida con más deuda artificial y menos impuestos. Tienen que entrar en juego los impuestos progresivos sobre los que más tienen, sean rentas del capital o patrimonio. Y ser complementados con un nuevo impuesto a la globalización y especulación financiera, la tasa de transacciones financieras, que avanza en aceptación en el G-20.

Hay que trabajar en Europa para terminar de una vez con la era de la deuda hegemónica, dominada por los mercados financieros, y volver a la senda de una sociedad de bienestar basada en la capacidad distributiva del impuesto aprobado democráticamente. Es decir, hay que hacer precisamente lo contrario de lo que hicieron Reagan y Thatcher.

lunes, 7 de noviembre de 2011

El cambio europeo puede empezar por España

Aquí tenéis el último artículo que he publicado en Nueva Tribuna:

El cambio europeo puede empezar por España

Carlos Carnero

La hora de decidir quién va a gobernar en España ha sonado precisamente cuando se empieza a hacer camino en Europa el gran debate sobre si podemos y debemos cambiar el rumbo que ha venido aplicándose para tratar de salir de la crisis.

Leer la Carta que Yorgos Papandreu –al que pude oír en directo el pasado mes de julio y al que he tenido el honor de conocer personalmente- al Presidente del Consejo Europeo del 1 de noviembre y escuchar al tiempo el llamamiento de Rubalcaba a la UE para salir de la crisis con un Plan Marshall Europeo de inversión y estímulos, dejando atrás la política del ajuste por el ajuste, me lleva a la conclusión de que muchas cosas empiezan a moverse en el buen sentido.

¿Cuál es ese sentido?

El de transmitir a la ciudadanía europea, incluida la española, el nítido mensaje de que –una vez hecho los esfuerzos de contención del gasto impuestos por la coyuntura- lo que toca son políticas keynesianas orientadas a fomentar el crecimiento sostenible y la creación de empleo a partir de un abandono de la deuda como forma de conseguir ingresos públicos, algo que puede conseguirse, para sostener el estado del bienestar, reforzando la capacidad de imposición progresiva de los estados miembros y de la propia UE, en este caso a través de la Tasa sobre las Transacciones Financieras Internacionales, los gravámenes verdes o la emisión de eurobonos.

Esa es una alternativa que algunos llevamos tiempo defendiendo –lo escribí en Nueva Tribuna el 27 de mayo en “Se puede ganar a la derecha”- y que ahora se abre paso para dejar claro que la política de ajuste duro aplicada hasta la fecha ni es la solución a la crisis, ni es eficaz, ni es justa ni es compartida por cualquier fuerza política europea si se la pretende mantener a cualquier precio y por tiempo indefinido.

La derecha europea así lo pretende, desde Berlín y París hasta Madrid.

Hay quien afirma todavía que el PP no tiene programa. No es mi caso, porque me resulta evidente lo contrario: la derecha española tiene una idea muy clara de lo que quiere hacer, que sin duda ahondará la crisis, elevará el desempleo, destrozará los servicios sociales, romperá el estado del bienestar, hará más ricos a los ricos y más pobres a los pobres y aumentará la desigualdad.

En eso se traduce reducir impuestos a los que más tienen o no crear otros nuevos y, encima, plantearse reducir los gastos públicos. La cuadratura imposible de un círculo que termina derivando en el cuadrado de la política antisocial a ultranza.

Por eso creo tan oportuno el discurso de Rubalcaba, que ya empezó a perfilar a principios de julio y ahora encuentra todo su desarrollo: si la UE quiere salir de la crisis, debe hacerlo por la vía socialdemócrata; intentarlo por la vía neoliberal lleva directamente al fracaso. Y es imprescindible conseguir un giro en la política europea –ahora que cuenta con una gran cantidad de instrumentos de gobierno económico que hemos construido en el tiempo récord de dos años a partir de la Presidencia Española del Consejo- porque ningún país, tampoco España, puede salir solo de esta crisis.

Muchos criticarán la política llevada a cabo por el Gobierno Zapatero, pero no más que los que saben que un Gobierno de la derecha hubiera no recortado, sino cercenado, el estado del bienestar. Muchos dirán aquello de “a buenas horas, magas verdes”, pero no más que los que saben que su movilización ha conseguido que el candidato socialista Rubalcaba arranque con un claro discurso de izquierdas. Muchos pensarán que ya es tarde para rectificar, pero no más que los que saben que nada está decidido hasta que cierran las urnas: el 14-M de 2004 es un buen ejemplo de ello.

Pero, en todo caso, si faltaba algo, basta mirar lo hecho por los gobiernos del PP tras el 22-M. Los progresistas que no fueron a votar o desperdiciaron su papeleta pueden echar un vistazo a la marea verde en defensa de la educación pública para comprobar que se equivocaron. Y no pueden volver a hacerlo.

jueves, 3 de noviembre de 2011

La carta de Papandreu a Van Rompuy: mi profundo respeto


Impresionante la carta de Yorgos Papandreu (al que respeto profundamente y al que he tenido ocasión de conocer y escuchar personalmente, la última vez en julio pasado en Atenas) al Presidente del Consejo Europeo fechada el 1 de noviembre. A no perderse las referencias a la actitud "responsable" de la oposición. La teneís en Público.

Cuando la realidad puede ser soñada: Rubalcaba vencedor y Rajoy en La Moncloa


Pocas veces he leído algo tan bueno como el artículo que publica Pedro Díez (el Presidente de la Asamblea de Madrid que la llevó a Vallecas, sí señor) en Nueva Tribuna con el título Ucronías futuras I: despertares, que copio a continuación y tenéis en el enlace. Me ha hecho reir, me ha emocionado y, sobre todo, me ha aún más ganas de votar socialista el 20-N. Disfrutadlo.

Ucronías futuras I: Despertares

Pedro Díez Olazábal

Algo estaba pasando. Las encuestas de salida de los colegios electorales arrojaban datos absolutamente dispares según los diferentes medios de comunicación. Unos confirmaban la victoria del PP, tal como habían venido pronosticando. Otros sin embargo apuntaban que podría haberse dado un resultado sorprendente. Nadie salía a decirle nada a la peña.

En Génova guardaban un silencio inquietante y decían los reporteros allí destacados, que aún no había sido descorchada botella de champán alguna. Los máximos dirigentes de esa formación política permanecían encerrados en una sala y entre los miles de afiliados concentrados en los alrededores del edificio, reinaba una extraña calma. Un rumor no confirmado aseguraba que se había visto a Gallardón cruzar como una exhalación un pasillo en busca de los retretes y tenía mala cara. En Ferraz, por el contrario, los periodistas comunicaban que los dirigentes reunidos en el interior de la sede socialista y las pocas docenas de militantes que aguardaban extramuros, iban pasando del mutismo inicial a un murmullo cada vez más alto. La sorpresa inicial se transformaba progresivamente en euforia contenida trufada de incredulidad.

A las dos horas, se confirmaban las primeras sospechas: con más del sesenta por ciento de las mesas electorales de toda España escrutado, el PSOE aventajaba al PP en varios miles de votos, pocos, pero que ya dejaban muy claro que Rajoy no ganaba y que, pese a todo, Rubalcaba sería el encargado de formar Gobierno, aunque en minoría. En un Congreso con una presencia importante de IU y de los verdes de Equo, en el que las candidaturas nacionalistas repetían resultados y UPD no alcanzaba sus expectativas. Lo contrario de lo que habían venido profetizando analistas y sociólogos desde que el PSOE se había desplomado en las encuestas.

Al filo de las 2 de la madrugada, Rubalcaba hacia acto de presencia ante la prensa y los miles de afiliados y simpatizantes socialistas que – ahora sí – abarrotaban la sede y calles adyacentes, entre aplausos y gritos de júbilo. Se había frenado a la derecha y los españoles habían votado una mayoría de progreso para hacer políticas socialdemócratas y para abordar la salida de la crisis de manera diferente: con políticas de inversión pública y de estímulos y apoyo a la creación de empleo. Un giro copernicano con relación a la línea adoptada por la Unión Europea y a la que el Gobierno saliente había desarrollado.

Algunos diarios y emisoras de TDT despertaban de su estupefacción y comenzaban a lanzar arengas desde sus antenas y páginas digitales: ¡Pucherazo! ¡Otra vez el pérfido Rubalcaba! ¡Esta no es la Hispania de Gárgoris y Habidis - bramaba Sánchez Dragó – me largo a Katmandú! Un demudado González Pons salía ya pasadas las tres de la mañana a farfullar algo como que no sabían muy bien qué había pasado y que iban a exigir una revisión a la Junta Electoral y al Supremo y al Constitucional, porque según el guión, les tocaba a ellos. Aguirre fue la única que, ya apuntando el alba, había declarado que Rajoy la había pifiado de nuevo y que hacía falta un liderazgo fuerte de la derecha.

De pronto fijé mis ojos en la pantalla del televisor en el que una imagen desdibujada, en tono monocorde, explicaba alguna cosa. Me froté los ojos. Presté atención. Era Urdaci leyendo las noticias de las nueve. Informaba del “fracaso” de la tercera huelga general en dos años del Gobierno del PP que los sindicatos “ceceoo y ugete” habían convocado para protestar por la privatización de la enseñanza y la sanidad, el despido masivo de empleados públicos y el alto nivel de desempleo, que ya alcanzaba los seis millones de parados, culpa claro está, decía el presentador, de las erróneas políticas del anterior Gobierno de Zapatero. Además, leía sin pausa: el juzgado de primera instancia había cursado órdenes de detención contra los participantes en piquetes informativos, incluidos Toxo y Méndez, en aplicación de la nueva ley de huelga siguiendo así el camino que varias docenas de “indignados” habían seguido en meses anteriores por haber intentado ocupar otra vez la Puerta del Sol.