Me atusaría los bigotes a lo Pablo Iglesias: hoy en Nueva Tribuna
Me atusaría los bigotes a lo Pablo Iglesias
Carlos Carnero
Pude votar por primera vez en 1982, porque en 1977 y poco después, en 1979, no había cumplido los 18 años. Edad conquistada para votar, por cierto, porque durante la elaboración de la Constitución de 1978 algunos defendían los 21 años como mínimo para ejercer ese derecho. Todavía me acuerdo perfectamente de la campaña que pusimos en marcha diversas organizaciones juveniles demandando “Mayoría de edad y voto a los 18”: lo conseguimos. Voté comunista, con orgullo, aunque sabía que la derrota electoral del PCE el 28 de octubre de aquél año estaba cantada. Lo hice por convicción y por militancia, desde luego, que vienen a ser la misma cosa en las gentes de bien, tan lejos de los cínicos.
Cada vez que he votado desde entonces me he emocionado. Sí, de verdad. No soy ni quiero ser cursi al decirlo, pero es así. No sé muy bien cómo definirlo, pero lo siento. Me visto bien y salgo hacia el colegio. Mi cuerpo se pone recto, mi mano se aferra a la papeleta y se me hace un nudo en la garganta. Es como estar ejerciendo con el sobre y su contenido un derecho sagrado, una obligación de coherencia. Pienso en ese momento en que muchos ciudadanos se han dejado la piel y todavía lo hacen por conseguirlo. Es como un homenaje a quienes, en realidad, no tienen arma más poderosa para defender el mundo que sueñan para el presente. Un homenaje a los míos, a mi clase.
Siento la misma emoción que cuando pienso que soy un militante. Un militante político: entonces, comunista; hoy socialista. El mismo tronco ancho de la izquierda. Los mismos valores, una historia compartida. Diversas posiciones, pero iguales principios. Un militante político, sí. Y un afiliado sindical de clase, sí, de clase (vuelvo a decirlo, lo siento por los cínicos). Y un socio de una organización no gubernamental. Siento por ello el mismo orgullo que cuando voy a votar, porque sé que quien se afilia a un partido, o a un sindicato, o a una ONG está haciendo algo importante, que no le hace diferente, ni mejor ni peor que quienes no lo hacen, pero importante al fin y al cabo: manifestar sus ideas a los demás y tratar de convencerles de que son las adecuadas.
España es una democracia que hemos construido con firmeza e inteligencia. Un estado de derecho que se rige por una Constitución excelente, producto de una transición modélica que se llevó a cabo en circunstancias harto difíciles, que cada día nos daban un susto y un disgusto: desde el 23-F hasta el terrorismo de ETA. Un país ejemplar para muchos otros en el mundo. Me lo decían ayer los amigos tunecinos de los partidos democráticos. Nos lo decía hoy un dirigente turco de gran prestigio. Casi nos lo recordaban, tan dados como somos a olvidar lo que nosotros mismos hemos conquistado.
Una democracia que garantiza por igual el derecho a votar y todos los demás derechos, incluido el de manifestación. Por eso me siento tan satisfecho de que el Gobierno esté siendo tan inteligente para garantizar todos los derechos al mismo tiempo. También en eso somos un ejemplo para el mundo, que nos mira una vez más en nuestra larga historia. En la protesta pacífica de los acampados. En la prudencia del Gobierno. En que no haya un solo incidente, porque esa es la voluntad de la ciudadanía y la fuerza de la democracia.
Hoy termina la campaña electoral. He llegado a mi casa y he tenido el impulso de hacer algo sencillo pero simbólico. He abierto el cajón y he sacado una insignia (ahora se dice pin, como si en español no tuviéramos palabras propias). Un cuadrado de fondo rojo con las siglas del PSOE: Partido Socialista Obrero Español. Me la he puesto y me ido a pasear. No a enseñarla de forma descarada, sino moderada, como su tamaño. Es bonita. Son 130 años de historia, solo superada por el SPD alemán. La historia obrera y democrática de España. Me paseo con ella con emoción y serenidad. Voy recto, como los obreros cuando se ponían el traje de domingo. Me atusaría los bigotes a lo Pablo Iglesias si los tuviera. Y lo hago con la tranquilidad de saber que no ocurrirá como en 1977, cuando los guerrilleros de Cristo Rey le dieron una brutal paliza a un chaval en la acera de la Glorieta de Atocha por llevar otra insignia: la de la Juventud Comunista, que era un mapa de España. Así no se me olvidará que esta es una democracia construida gracias a una transición que nos ha permitido llegar a ser lo que somos: un país con problemas, pero un gran país.
Espero la apertura de las urnas con ilusión. Iré a votar y no votaré en blanco. Precisamente para seguir construyendo y mejorando la democracia.
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