Por el consenso europeo
A 15 días de las elecciones europeas -o sea, con cierta perspectiva- y tras el Consejo Europeo de Bruselas celebrado la semana pasada, publico hoy en Nueva Tribuna un artículo titulado "Por el consenso europeo" que reproduzco a continuación y espero que os parezca interesante:
POR EL CONSENSO EUROPEO
Tan enfrascados estamos todos en el “debate” político nacional que, una vez más, vamos a terminar desenfocando la reflexión sobre Europa, como era de temer.
De repente, las cuestiones fundamentales estriban en si la derecha o la izquierda europeas están en mayoría o minoría en las instituciones de la Unión o si Barroso va a ser o no Presidente de la Comisión Europea. Sinceramente, con ser temas importantes -faltaría más-, no son los esenciales.
Entre otras cosas, porque la construcción europea ha sido, es y seguirá siendo, afortunadamente, un proceso en el que la transversalidad y el acuerdo entre las grandes orientaciones ideológicas son imprescindibles.
Es lógico: la Constitución Española y la transición a la democracia en nuestro país –que considero un ejemplo de buen hacer colectivo frente a tanto revisionismo en boga- no hubieran sido posibles sin grandes consensos –palabra que ha desaparecido, lamentablemente, del vocabulario político cotidiano-.
Igualmente para la UE, que no es un edificio político terminado, sino en el que todavía faltan, incluso, buena parte de los cimientos, en el que no cabe imaginar que la línea divisoria fundamental se establezca entre derechas e izquierdas, porque, en realidad, la gran diferencia en Europa se sitúa entre europeístas y euroescépticos, como siempre.
¿Cómo hubieran podido salir adelante el Tratado de Roma, el Acta Única, Maastricht o la moneda única sin un acuerdo entre los conservadores y los socialdemócratas europeístas, desde De Gasperi a Kohl, desde Brandt a González? ¿Cómo hubiéramos podido redactar la Constitución Europea en la Convención de otra forma?
Ahora que enfrentamos una crisis económica sin precedentes, contamos con un nuevo socio internacional –Obama- con el que construir un nuevo orden político y se ha desbloqueado la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, ¿vamos a empezar a pelearnos en términos ideológicos simplistas en la UE?
No, desde luego que no, pues es precisamente en estos momentos de desafío y oportunidad cuando se hace imprescindible reforzar el gran consenso europeo entre conservadores y socialistas para definir las grandes orientaciones colectivas. Otra cosa será, en aplicación de los mecanismos de toma decisiones de la Unión, la orientación que cada uno quiera dar a las competencias comunitarias de acuerdo con el respaldo ciudadano recibido democráticamente en las urnas.
El siguiente reto de los europeístas no está en si Barroso preside o no la Comisión Europea, una institución que por otra parte refleja una de las mejores características de la UE: su carácter colegiado, lejos de los personalismos y los nacionalismos.
El auténtico desafío europeo reside en aplicar al máximo el Tratado de Lisboa con la vista puesta en un nuevo e imprescindible desarrollo constitucional –no hay que asustarse de las palabras- que dote a la UE de un gobierno económico y social sin el que seguirá cojeando inevitablemente y permita por fin culminar la unión política.
Y eso habrá que conseguirlo entre todos. ¿O alguien piensa que el laborista Brown es menos reticente a ello por socialista que Merkel por conservadora? La demonización ideológica del contrario que tanto gusta en la política nacional es absurda, al menos, en términos europeos, y así lo han percibido los ciudadanos que han ido a votar entre el 4 y el 7 de junio pasados, dando una lección de serenidad y experiencia.
El país del trébol votará de nuevo en otoño con la seguridad, como dijo tras el Consejo Europeo que adoptó las garantías para Irlanda sobre la no aplicación del Tratado de Lisboa el Premier británico, de que se ha hecho explícito lo que ya está implícito en ese texto.
Deberíamos agradecerle a Gordon el favor, ya que ese es el problema: que el Tratado ni establece una fiscalidad común, ni un ejército europeo, ni un derecho civil compartido. Es más, hasta el acuerdo con Irlanda –Dublín bien vale una misa- se ha llevado por delante la creación de una Comisión Europea más efectiva por reducida, que a partir de ahora seguirá contando con un nacional de cada estado.
Termino con una idea, que seguro creará polémica racional y educada, tipo transición española y modelo comunitario: si los socialistas europeos se han equivocado en la pasada campaña ha sido en su empeño en tratar de diferenciarse de los conservadores en todo y en términos dramáticos como algo prioritario, en vez de reivindicar su papel central en esta Unión de todos –casi despreciándola por “neoliberal” en muchos discursos, alienándose del logro histórico de paz, libertad y progreso que representa- y en la necesidad de ser mayoría, por supuesto, pero no para el enfrentamiento, sino para liderar un consenso que culminara la unión política, económica y social para salir de la crisis y asegurar el estado del bienestar, que nadie cuestiona.
Estoy seguro de que la Presidencia Española de la UE será un éxito, en primer lugar, porque será capaz de fortalecer ese consenso europeísta en bien del proyecto que todos compartimos. Y eso incluye, por descontado, trabajar con Barroso, la Eurocámara Sarkozy, Merkel, Sócrates o Brown, entre otros, porque todos somos europeos y europeístas por encima de cualquier otra consideración. Así lo está haciendo el Gobierno con el asunto Presidencia de la Comisión y está bien hecho.
Carlos Carnero
No hay comentarios:
Publicar un comentario