sábado, 31 de enero de 2009

¡Alarma!: elecciones europeas en 4 meses.No vayamos a olvidar lo que nos jugamos

Estamos en fin de semana y se acercan las elecciones europeas: estamos solo a cuatro meses de las urnas. Así que nada mejor que la lectura del artículo que publico en el número de febrero de Temas para ambientarse. Aquí lo reproduzco:

Elecciones europeas: no vayamos a olvidar lo que nos jugamos

Las elecciones europeas que se celebrarán entre el 4 y el 7 de junio de 2009 pueden y, sobre todo, deben marcar un antes y un después con anteriores convocatorias a las urnas.

Primero, pueden, porque a día de hoy se dan las condiciones necesarias para que esta vez –alguien diría, con razón, ¡por fin!- los comicios europeos no pasen desapercibidos para la mayoría absoluta del cuerpo electoral.

Segundo, deben, porque, de no conseguirse un aumento de la participación, no será ni única ni principalmente la nueva Eurocámara quien se vea debilitada por una abstención que ya ha alcanzado límites insoportables en democracia: esta vez será el conjunto de la UE –hacia dentro y hacia fuera, como proyecto y como instrumento- quien sufra las consecuencias de la deslegitimación ciudadana.

En realidad, las tres crisis mundiales abiertas de par en par –política, económica y medioambiental- ponen más que nunca de manifiesto la necesidad de la Europa unida.

Si, tras cinco décadas de trayecto, buena parte de la opinión había llegado a considerar a la UE como un elemento más del paisaje en la gestión de la cosa pública –como el estado nacional o el poder local, por ejemplo-, lo que está ocurriendo en los últimos meses subraya, por el contrario, el valor añadido de la construcción europea y la imposibilidad de los países que la conforman de hacer frente a los acontecimientos con garantías de éxito actuando cada uno por sí mismo o en el marco de coaliciones circunstanciales.

El dedo en la llaga lo ha puesto la crisis económica, empezando por su capítulo financiero.

Muchos ciudadanos europeos han recuperado la confianza en la UE al percibir, en un momento colectivo e individual crítico –mis depósitos, mi empleo-, que sin ella los estados miembros se habrían convertido en poco más que un barco a la deriva.

La solidez del euro, la capacidad de reacción racional y coordinada a los acontecimientos –aquí no ha habido ni Lehmans ni Madoffs, pero sobre todo no se han adoptado reacciones irresponsables por parte de la administración pública-, los planes comunitarios de impulso y, en definitiva, la capacidad de liderazgo de la UE han llegado directamente al pensamiento ciudadano.

Lo mismo podría decirse respecto al cambio climático, sobre el que la Unión ha sido capaz de adoptar un complejo pero importante paquete de objetivos y acciones destinado a contribuir a frenarlo y, ante todo, a empujar en pro de un acuerdo que sustituya al alza a Kyoto.

Ahora bien, caben dos apostillas a esa reflexión. Una: que lo hecho, con ser positivo, es insuficiente. Dos: que la confluencia temporal de factores –Presidencia francesa, relación Sarkozy-Zapatero, ánimo participativo de Brown- ha sido clave para poder adoptar decisiones.

Por cierto: si es verdad que el hecho de haber contado con el actual inquilino del Elíseo –con su fuerte voluntad política e innegable hiperactividad- ha sido esencial para que la UE saliera bien parada durante el segundo semestre de 2008, también es correcto que el Presidente galo ha contado mucho más en el convulso escenario internacional por haber ejercido en nombre de los 27, como él mismo ha empezado a comprobar a partir del 1 de enero.

De todo lo dicho se deriva una sola conclusión: si queremos que la capacidad de la UE para tomar decisiones en el momento oportuno y en el sentido adecuado no dependa de la coyuntura, es imprescindible seguir avanzando en el camino de la unión política en sentido federal.

Algo que, lógicamente, se convierte en un acicate para el voto en las elecciones de junio: a más participación, más fuerza para empujar en esa dirección, comenzando por conseguir la entrada en vigor del Tratado de Lisboa.

Un Tratado –heredero directo de la Constitución Europea elaborada por la Convención- llamado a generar su propia reforma lo antes posible para escribir el capítulo fantasma de la construcción europea: el del gobierno económico de la Unión.

No podemos a estas alturas imaginar que la moneda única siga siendo nuestro único elemento de intervención económica, aislado de otros factores. Por eso es imprescindible establecer una política económica común, un presupuesto suficiente, una armonización fiscal y una Europa social que promuevan –más allá del derecho nominal existente- una verdadera movilidad ciudadana en la UE (pocos saben que únicamente el 0’1 % de la población comunitaria aprovecha la libre circulación para instalarse en otro país a vivir y/o buscar empleo, frente al 2’5 % en los Estados Unidos).

Imaginemos por un momento que el 7 de junio la participación electoral hubiera vuelto a descender en la media de la UE-27.

Podría pensarse que poco importa, porque lo que en realidad cuenta es que se vaya a votar en las elecciones generales de cada estado. ¡Qué ceguera y, más que nada, qué irresponsabilidad!

Sí, porque el primer efecto sería que todo intento de fortalecer la Unión, de crear ese gobierno económico, de conseguir una intervención europea más firme y eficaz en la crisis política –o sea, el desorden internacional que han vuelto a ejemplificar tan salvajemente la invasión israelí de Gaza y los cohetes de Hamás-, encontraría una resistencia acrecentada.

En ese caso, podemos imaginar fácilmente una Eurocámara con más escaños antieuropeos y con más diputados fascistas y populistas, sin fuerzas para repetir decisiones tan relevantes como la relativa a la Directiva sobre el Tiempo de Trabajo; o un Consejo y una Comisión acobardados; o un segundo NO irlandés al Tratado de Lisboa, si es que llegara a convocarse un nuevo referéndum ante la anorexia del voto en los comicios europeos.

Es más, podemos pensar en una UE minusvalorada en el exterior, precisamente cuando se multiplican las oportunidades (con la llegada de Obama a la Casa Blanca) y los desafíos (por ejemplo, de la Rusia de Medvedev y Putin).

No nos engañemos: cuando se cumplen treinta años de la primera elección directa del Parlamento Europeo o el décimo aniversario del euro, unas elecciones aguadas por la abstención serían un torpedo en la línea de flotación del proyecto europeo.

Déjenme pensar como socialista y como español en ese posible escenario.

Como socialista: quizás a la derecha europea –y no a toda, por supuesto- la situación no le resultaría demasiado incómodo, por aquello de que cuanto menos capacidad de intervención pública, mejor (¿o es que alguien se había creído que los liberales habían entregado para siempre jamás sus banderas desreguladoras?), pero para la izquierda representaría una catástrofe, a no ser que haya en la misma –más allá de los euroescépticos y los demagogos- quien sueñe con encarar las crisis en términos nacionales.

Como español: no sería lo mejor que la Presidencia del Consejo que ejercerá nuestro país, con Zapatero al frente, en el primer semestre del 2010 viniera precedida de unas elecciones con todavía más ausentes que presentes en lustros anteriores.

De ahí que sea imprescindible conseguir que los comicios de 2009 vean aumentar la participación y, simultáneamente, generen un Parlamento Europeo con una mayoría progresista que haga coincidir crisis con avances hacia la unión política y empatar el cambio en Estados Unidos con un cambio socialdemócrata en la UE.

¿Cómo?

Antes que nada, evitando nacionalizar las elecciones, dándoles su verdadera envergadura europea, todavía más aquí, cuando el PP ha decidido tratar de convertirlas en un asunto hispano-español presentando como cabeza de lista a Mayor Oreja.

Luego, ofreciendo programas claros y atractivos para el electorado, que dibujen alternativas diferenciadas entre la izquierda y la derecha, aún dentro del necesario europeísmo transversal que ha estado y estará presente en la construcción de la Europa unida desde su nacimiento.

Es lo que ha hecho el Partido Socialista Europeo al adoptar en Madrid, a principios de diciembre, su Manifiesto electoral, sin duda el mayor esfuerzo programático realizado hasta la fecha por la familia socialista y socialdemócrata de la UE y que pivota en torno a seis grandes apuestas:

- la entrada en vigor del Tratado de Lisboa; - el papel determinante de la UE en la superación de la crisis, defendiendo un modelo económico y social en el que el funcionamiento del mercado se complemente con la presencia de lo público, la regulación y la supervisión, un presupuesto comunitario orientado a promover tanto la creación de empleo de calidad como el desarrollo de las regiones más atrasadas de la UE y el impulso de la Europa social;- la lucha contra el cambio climático y la construcción de una economía verde;- la igualdad y la diversidad, proponiendo la paridad y los programas europeos contra la violencia hacia la mujer, el reconocimiento mutuo de todo tipo de matrimonios, uniones y derechos parentales, la promoción de la diversidad cultural y lingüística y el incremento del papel de las regiones y los municipios en los asuntos europeos;- una política europea de migraciones que incluya la integración de los residentes, la lucha contra la inmigración ilegal y el tráfico de seres humanos, el reparto de los costes derivados de ello entre todos los estados miembros de la UE, la cooperación con los países de origen y el inicio de un proceso orientado a otorgar plenos derechos de ciudadanía y representación a los inmigrantes legales y estables;- convertir a la UE en un actor global en el Mundo que asuma el concepto integral de seguridad humana, apoye la Alianza de Civilizaciones, demande la declaración por la ONU de una moratoria en la pena de muerte y potencie tanto la Unión por el Mediterráneo como la relación estructurada con América Latina y contribuya a culminar la Ronda de Doha para el Desarrollo.

Si las elecciones europeas 2009 registran una mayor participación y una mayoría socialista, puede que la UE entre en su hora más gloriosa.

De todos nosotros depende. No vayamos a olvidar lo que nos jugamos si Europa se para.

Carlos Carnero,
Vicepresidente del Partido Socialista Europeo,
Eurodiputado

2 comentarios:

Unknown dijo...

De acuerdo con su análisis en toda la línea, pero la parte del cómo me parece la más complicada. Con un grupo de estudiantes del Colegio de Europa vamos a intentar analizar en qué medida los factores nacionales y europeos van a pesar en cada caso, y no soy demasiado optimista. Piensa que sería útil que cada partido presentase candidatos a las posiciones clave, como presidente de la Comisión, pero también para la de presidente del Consejo que establece Lisboa?

Carlos Carnero dijo...

Estoy de acuerdo: creo que cada partido europeo debería indicar su candidato tanto a presidir la Comisión Europea como a convertirse en Presidente estable del Consejo Europeo. ¡Ánimo con vuestra reflexión y hacédmela llegar! Gracias