miércoles, 10 de diciembre de 2008

Declaración Universal de los Derechos Humanos: defenderla en cualquier circunstancia

La Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas cumple 60 años.

E imagino que hay dos maneras de ver ese aniversario: una, la de quienes violan tales derechos en cualquier parte del Mundo, será la de considerar que a tal edad lo mejor es jubilarse; otra, la de quienes los defienden, consistirá en estimar que a día de hoy la sesentena es una magnífica edad para estar más vivo que nunca, con fuerza suficiente y experiencia probada.

Obviamente, soy de la segunda opinión.

Vaya por delante que, desde mi punto de vista, una decisión tan impresionante como haber adoptado la Declaración Universal de los Derechos Humanos sería argumento suficiente para afirmar que, si no existieran, habría que inventar las Naciones Unidas, tantas veces denostadas (a veces, con razón).

Una Declaración, por cierto, que no surgió de la nada, sino de la lucha heroica de millones de personas contra el nazismo, el fascismo y el militarismo japonés en unos tiempos en los que la especie humana en su conjunto se asomó al abismo y estuvo a punto, pero muy a punto, de caer en él.

Muchos piensan que la Declaración ha servido de poco. Se equivocan totalmente: su existencia misma, su indiscutible fuerza legal y moral y su defensa cotidiana han servido para garantizar la libertad de la mayoría de los seres humanos y para luchar por conseguirla para quienes viven perseguidos política y económicamente.

Seamos conscientes de una cosa: aunque no se desee, cuando se afirma con cierta banalidad que la Declaración es papel mojado porque no se respeta en todo momento y lugar se está haciendo el juego a quienes desean relativizar su importancia y pasar por encima de sus preceptos.

Nuestras democracias, nuestros derechos y nuestras demandas están directamente arraigadas en la Declaración. A ojos de un europeo que vive en libertad, puede considerarse como algo ganado por definición. Pero para quien sufre la dictadura, la persecución, el hambre o la enfermedad, sigue siendo hoy un instrumento imprescindible de esperanza.

Ahora bien, lo fundamental es ser consecuentes y exigir consecuencia con la Declaración. Esto es, no pasar ni una cuando se la viole en todo o en parte.

Da igual que hablemos de China o de Venezuela, de los Estados Unidos o de Cuba, de Sudán o de Turquía, del Sáhara Occidental o de Palestina: los derechos humanos son universales, interdependientes y no relativizables bajo ninguna circunstancia.

En eso reside su fuerza, que depende directamente de que sus defensores sean capaces de no ver más allá del enunciado de los mismos. Sí, no me he equivocado: cualquier explicación a tal o cual violación de los derechos humanos, cualquier duda a la hora de ser más intransigentes en su demanda dependiendo de tal o cual circunstancia, es la mayor amenaza a su fortaleza.

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