martes, 25 de noviembre de 2008

Porque aprendimos durante la transición a hablar con la cabeza y no con las entrañas

Confieso que ayer no leí el artículo que publicaba en El País la escritora Almudena Grandes refiriéndose a la polémica creada en torno a la instalación de una placa en el Congreso de los Diputados dedicada a Sor Maravillas.

Pero hoy sí he tenido la oportunidad de hacerlo, una vez que ha llamado mi atención la carta publicada en ese mismo periódico por el también escritor Antonio Muñoz Molina, con la que coincido plenamente en la crítica que hace de las ideas de Almudena Grandes.

Afortunadamente, en este país aprendimos durante la transición a hablar con la cabeza y no con las entrañas.

La reproduzco íntegramente a continuación:

¿Chistes viejos?
ANTONIO MUÑOZ MOLINA

En su artículo del 24 de noviembre, Almudena Grandes hace lo que tal vez intente ser una broma acerca de una monja en el Madrid del comienzo de la Guerra Civil: "¿Imaginan el goce que sentiría al caer en manos de una pandilla de milicianos jóvenes, armados y -¡mmm!- sudorosos?". ¿Estamos ante la repetición del viejo y querido chiste español sobre el disfrute de las monjas violadas? No hace falta imaginar lo que sintieron, en los meses atroces del principio de la guerra, millares de personas al caer en manos de pandillas de milicianos, armados y casi siempre jóvenes, aunque tal vez no siempre sudorosos.
Basta consultar a historiadores fuera de toda sospecha o -ya que nos preocupa tanto la recuperación de la memoria- recuperar el testimonio de republicanos y socialistas sin tacha que vieron con horror los crímenes que se estaban cometiendo en Madrid al amparo del colapso de la legalidad provocado por el levantamiento militar.
Ni a Manuel Azaña, ni a Indalecio Prieto, ni a Arturo Barea, ni a Julián Zugazagoitia les costó nada imaginar la tragedia de tantas personas asesinadas por esas pandillas no siempre incontroladas que preferían mostrar su coraje sembrando el terror en Madrid en vez de combatiendo al enemigo en la sierra. Casi todos ellos hicieron lo poco que podían por salvar a inocentes: a Juan Negrín no le fue nada fácil evitar que asesinaran a su propio hermano fraile. Y todos ellos sabían el daño que esos crímenes estaban haciendo internacionalmente a la justa causa de un régimen legítimo asaltado por una sublevación sanguinaria e inicua. Almudena Grandes habla de exiliarse a México: cuando leemos artículos como el suyo y como tantos otros que por un lado o por otro parecen empeñados en revivir las peores intransigencias de otros tiempos, algunas personas nos sentimos cada vez más extrañas en nuestro propio país.

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