sábado, 29 de enero de 2011

La lucha por la libertad continúa: mi artículo en Nueva Tribuna

Aquí lo tenéis:

La lucha por la libertad continúa

* Carlos Carnero

Se suceden las noticias de forma incesante: manifestaciones en numerosos países árabes en las que la ciudadanía reclama libertad y democracia frente al autoritarismo y la corrupción.

En Túnez, el régimen ha caído y se vive una incierta transición, que se ha cobrado hasta la fecha un gobierno provisional. En Egipto, los tanques están ya en la calle, lo que no ha impedido que continúen las protestas en las grandes ciudades del país, desde El Cairo a Alejandría. Y así sucesivamente en otros estados de la región.

Por lo que informan los medios de comunicación, frente a lo que algunos pudieran temer –con razón-, las movilizaciones populares no están protagonizadas ni alentadas por partidos u organizaciones fundamentalistas que solo buscarían sustituir un régimen autoritario por una dictadura teocrática. Afortunadamente, porque la brutalidad del régimen iraní es suficiente ejemplo de cómo los sueños de libertad de un pueblo pueden ser sustituidos al final de un proceso convulso por las peores pesadillas de represión.

Bien al contrario, Túnez pone de manifiesto cómo las sociedades que cuentan con importantes sectores de población de elevada educación están en condiciones finalmente de levantarse en demanda de unos derechos humanos que son universales y no dependen ni de la historia ni de la cultura de tal o cual país. Seguramente, Egipto camina en la misma dirección.

He conocido personalmente –cuando como eurodiputado ejercía de portavoz socialista en la Asamblea Parlamentaria Euromediterránea- a los representantes de la oposición democrática tunecina y egipcia. Con ellos me he reunido dentro y fuera de sus países. Recuerdo bien los encuentros con Mohamed Ben Jaffar y otros amigos en Túnez capital, rodeados de policía secreta. O la reunión en casa de Ayman Nour en El Cairo, cuando el régimen le encarceló por el mero hecho de ser candidato en las elecciones presidenciales.

Ellos y otros muchos encarnan la oposición democrática y laica que desea para sus países estados de derecho basados en el pluralismo, la división de poderes, el progreso social y, por supuesto, el laicismo del estado. Eran y son una realidad que, lamentablemente, las democracias no han sabido o querido interpretar correctamente, amilanadas en la convicción de que cualquier cambio político en el mundo árabe conduciría inexorablemente a la toma del poder por los fundamentalistas, cuyo papel ha sido acrecentado de forma continua por los medios de comunicación occidentales –que no están calificados para acusar ahora a los gobiernos de ceguera, porque ellos mismos la han sufrido en igual medida- en detrimento de la influencia de la oposición que ve en la Unión Europea un socio imprescindible para el futuro por compartir valores, principios y objetivos.

Nadie puede asegurar que el fundamentalismo no sea un peligro latente, por supuesto. Podría llegar a suceder, sin duda, que la caída de un régimen fuera aprovechada por quienes desean implantar un estado medieval. Y también podría registrarse un Thermidor que sumiera a las revoluciones democráticas en una lamentable marcha atrás a los pocos días de vida.

Por eso, las democracias, la UE, deben contribuir de forma inteligente y constructiva al inicio de transiciones democráticas que conduzcan a estados de derecho, ofreciendo su colaboración y su experiencia. España, que pasó de la dictadura a la democracia a través de una transición que ha servido de modelo a muchos países, tiene en ese sentido mucho que aportar.

En todo caso, es impresionante constatar cómo los seres humanos, aún en tremendas condiciones de represión e injusticia, son capaces de seguir protagonizando la gran historia de la lucha por las libertades. Hablaba de los países árabes cuando leo nuevas noticias de Birmania, donde la Junta Militar se niega a legalizar el partido de la recién liberada Aung San Suu Kyi. Al mismo tiempo, veo que Nelson Mandela, nuestro entrañable 46664, ha ganado una nueva batalla, esta vez contra los achaques de la edad, abandonando el hospital de Johannesburgo en el que había sido ingresado. Y pienso que Madiba –me acuerdo de mí mismo gritando en un París lluvioso de 1985 “Liberez Mandela!”- es el ejemplo eterno de que, tarde o temprano, la libertad acaba siempre ganando la partida para que los pueblos sean “dueños de su destino y capitanes de de su alma”.

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