sábado, 22 de junio de 2013

"Europa como una gran coalición": mi artículo en El Huffington Post

Estos son el enlace y el texto:

Europa como una gran coalición

Carlos Carnero


Publicado: 19/06/2013 07:14
El acuerdo PP-PSOE con motivo del próximo Consejo Europeo es relevante a nivel nacional, pero sobre todo es importante en el ámbito europeo porque subraya la posibilidad y la necesidad de recuperar el gran consenso básico que ha permitido a lo largo de décadas fundar, profundizar y gobernar la UE.

La necesidad de tal consenso dejó de ser percibida por la derecha europea en el mismo momento en que atisbó la posibilidad de gestionar la crisis de forma que al hacerlo consiguiera imponer sólida y permanentemente sus postulados de desregulación económica y debilitamiento del estado del bienestar como algo incontestable e, incluso, constitucionalizado, válido en cualquier coyuntura económica futura.

Sin embargo, a estas alturas es evidente que la política de austeridad por la austeridad ha fracasado y que se impone el reequilibrio de la misma con políticas activas de crecimiento y empleo con el objetivo de evitar que la UE siga caminando hacia el abismo. Uno de los mejores ejemplos de esa necesidad perentoria es España, que con su 26% de paro no puede permitirse ni un minuto más apretarse el cinturón si no quiere estrangularse y morir por asfixia.

El Gobierno (que es quien gira hacia los postulados socialistas, algo que debería percibir más nítidamente que hasta la fecha el electorado progresista) y la oposición lo han entendido y actuado en consecuencia de manera conjunta en el marco en el que las decisiones valen y son eficaces: el europeo.

En principio, el pacto reforzará a los partidos firmantes, beneficiará a España en Bruselas y, si sus postulados avanzan en las instituciones europeas, nos permitirán recuperar el pulso europeísta que siempre había situado a nuestro país a la vanguardia de la construcción comunitaria, sirviendo una vez más como ejemplo de éxito en el ámbito de la Unión.

Pero PP y PSOE no deben quedarse ahí, sino empujar para que el Partido Popular Europeo (PPE) y el Partido Socialista Europeo (PSE) retornen al consenso e inviten a hacerlo a empresarios y sindicatos en el terreno de las fuerzas sociales.

En realidad, la UE siempre ha sido una gran coalición y la demostración de que el bipartidismo bien llevado (es decir, con ánimo de apertura y respeto estricto a las minorías, lejos de tentaciones exclusivistas y manteniendo las diferencias lógicas entre derecha e izquierda) es positivo y no, como algunos plantean, un mal para la democracia nacional y europea.

Y, desde luego, necesario para culminar la unión política federal europea a la que aspiramos y de la que una unión económica orientada a garantizar el modelo social que nos caracteriza sería un componente imprescindible.



"De Turquía, Bruselas y la democracia": mi post en el Blog Alternativas en El País

Enlace y texto:

De Turquía, Bruselas y la Democracia


07 de junio de 2013

Carlos Carnero



De viaje en el Magreb, el Primer Ministro de Turquía habrá sido el primer sorprendido al comprobar que por las calles de Estambul se repetía cada vez más fuerte el “Erdogan istifa!” (¡Erdogan dimisión!) de estos últimos días. Qué lejanas le habrán parecido las jornadas del “Erdogan babacan!”, cuando una mayoría social le reclamaba al frente de los destinos de Turquía como alternativa a lo que muchos ciudadanos consideraban con razón una insoportable losa de ejecutivos inestables, incapaces de atajar los problemas económicos y sociales del país, empezando por la corrupción.

Y, sin embargo, la realidad ha sorprendido al líder del islamismo moderado turco cuando la unanimidad de los medios de comunicación internacionales no hacía más que señalar el milagro del crecimiento económico experimentado por el país, la posibilidad abierta de acabar con el conflicto armado en el Kurdistán y, desde el comienzo de la Primavera Árabe, la ejemplaridad del modelo del AKP para los países de mayoría musulmana que accedían a la democracia pero no querían o no debían apostar por el confesionalismo más o menos radical propugnado por los extremistas en otros lugares del mundo islámico.

Por su parte, criticada como es tantas veces –en unas ocasiones justamente, en otras no tanto-, la Comisión Europea se habrá visto reconfortada al comprobar que la dureza de su último Informe de Etapa sobre los avances de Turquía encaminados a cumplir con los imprescindibles criterios de Copenhague para pasar de candidato a miembro de la UE, no era excesiva. Porque, se quiera ver o no, en ese gran país se siguen violando principios democráticos y derechos fundamentales. Es verdad que no como ocurría hace casi veinte años (cuando el que escribe estas líneas ejercía como ponente del Parlamento Europeo sobre la Unión Aduanera con Ankara y por eso mismo propugnó un NO al que la Cámara hizo caso omiso mayoritariamente), desde luego, pero todavía con una gravedad, una frecuencia y una cantidad apreciables e inaceptables.

Empezando por la libertad de expresión. Hoy, como entonces, decenas de periodistas son encarcelados por ejercer su derecho a informar y a opinar porque no se han suprimido o modificado suficientemente las leyes que permiten hacerlo, empezando por el contenido del famoso Artículo 8 legado por la última dictadura militar.

Fijémonos bien en esto: buena parte de los manifestantes que hoy piden la salida de Erdogan lo hacen porque consideran que está adoptando decisiones guiadas por su angosta concepción de la libertad individual a la luz de sus creencias religiosas, temerosos de que la laicidad del estado esté en peligro y con ella las conquistas alcanzadas por las mujeres o, en general, por cualquier ciudadano que desee llevar una vida cotidiana libre de las ataduras morales impuestas desde una religión. O sea, que quiera vivir tan libre como en cualquier otro país de la UE.

Pero junto a ello persisten deficiencias democráticas que no vienen de las convicciones religiosas de Erdogan y sus compañeros de ejecutivo y de partido, sino que fueron legadas por quienes han pretendido erigirse en los salvadores de la libertad laica habiendo conculcado antes todas las libertades: las Fuerzas Armadas y buena parte de la judicatura, que durante años se ha dedicado a disolver partidos como quien sale a cenar, empezando por los de formación kurda y terminando incluso por quienes hoy gobiernan Turquía.

No sabemos ni la duración en el tiempo ni el ritmo de extensión o reducción de las actuales protestas ni sus consecuencias políticas, si las hay. Pero lo que sí conocemos ahora, una vez más, es que casi nunca es oro lo que reluce, aunque haya sido llevado a los altares por académicos, comentaristas y políticos deseosos de encontrar en Erdogan la piedra filosofal capaz de unir islamismo y democracia.

Sin embargo, todo apunta a que la UE no se ha equivocado tanto al tratar con Turquía: declarado país candidato, Bruselas no tiene más remedio que continuar insistiendo en que Ankara debe dar todavía muchos pasos para ser una democracia plena, sin zonas de sombra. Ese es el marco en el que han de desarrollarse las negociaciones para una adhesión que es un medio y un fin en sí mismo, porque, una vez dentro, Turquía y la Unión se beneficiarán mutuamente o, mejor dicho, llevarán haciéndolo a lo largo de un camino en el que los turcos conseguirán ser más libres a cada presión ejercida por las instituciones comunitarias.

Si yo estuviera entre los manifestantes de estos días, miraría a la UE con simpatía. ¿Fatiga turca respecto a la Unión? No lo creo. Aunque, lógicamente, sí la habrá con quien prometió, se comprometió y hoy no quiere cumplir: las derechas alemana y francesa pueden sentirse directamente aludidas. La Comisión y el Parlamento Europeo, aunque algunos no lo crean, son otra cosa y representan el verdadero interés comunitario.

"La UE es una democracia": mi artículo en El Huffington Post

Aquí tenéis el enlace y el texto:

La UE es una democracia

Carlos Carnero


Publicado: 01/06/2013 10:57
Conviene hacer un esfuerzo para que en esto de Europa los árboles no nos impidan ver el bosque, porque me temo que la crisis está consiguiendo, con su dureza y su permanencia, lo contrario. Y eso no es bueno, particularmente en un país que ha dado un salto espectacular en su desarrollo gracias a su pertenencia a la UE desde 1986.

Lo digo porque que cada vez es más común, incluso entre las personas más informadas y formadas, afirmar que la UE no es democrática, en un salto cualitativo desde aquel "déficit democrático" que se atribuía hace años y con razón a la construcción europea.

Por supuesto que cada uno es muy libre de pensar lo que considere oportuno (que tampoco en el tema Europa puede haber dogmas), pero una cosa es estar en desacuerdo con las decisiones que se adoptan en la UE y otra considerar que la adopción de las mismas y la propia Unión no responden ni a principios ni a normas propios de una democracia.

Yo, por ejemplo, considero que la política de austeridad por la austeridad ha fracasado (como se afirma en el II Informe sobre el estado de la UE elaborado por la Fundación Alternativas y la Friedrich-Ebert-Stiftung), pero eso no me lleva a pensar que el Parlamento Europeo, el Consejo o la Comisión no tienen legitimidad democrática.

Sí la tienen, por mucho que rechacemos lo que deciden. La UE es la primera democracia supranacional existente en la historia y, con el Tratado de Lisboa, que ha recogido el 95 % de la Constitución que elaboramos en la Convención de los años 2002 y 2003, tiene los rasgos básicos del estado de derecho: la designación de quien gobierna en elecciones libres, la separación de poderes y una declaración de derechos jurídicamente vinculante.

No hace falta extenderse sobre la legitimidad democrática del Parlamento Europeo, que sale directamente de las urnas y tiene no solo los mismos poderes que cualquier Parlamento nacional (legislar, aprobar los presupuestos, controlar al Gobierno que vota -la Comisión Europea-), sino incluso más. Ya no estamos ante una Cámara principalmente deliberante (la que conocí cuando llegué en 1994), que también, sino ante una asamblea decisoria, representativa de la ciudadanía europea (como la que dejé en 2009).

Por su parte, la Comisión es votada, controlada y, en su caso, destituida por el Parlamento Europeo. Podremos considerar que muchas veces se equivoca, pero no por estar formada por burócratas que no rinden cuentas ante nadie: la realidad es que está integrada por políticos experimentados, de amplia trayectoria, que comparecen más ante la Eurocámara que muchos ministros nacionales ante su Parlamento, empezando por la obligación de someterse a duras audiciones antes de ser elegidos. Y que actúan con la independencia de criterio exigible a quien tiene como misión preservar el interés comunitario más allá del de cada Estado miembro.

Y el Consejo Europeo y el Consejo (que son la otra cámara de un sistema bicameral y, a veces, actúan como un ejecutivo cuando así lo señala el Tratado) no vienen de Marte, sino que están formados por Gobiernos elegidos en los Parlamentos nacionales que salen de los comicios generales en cada Estado miembro. Difícil negar a esas instituciones su legitimidad sin rechazar que nuestro país sea una democracia.

Falta decir que todas esas instituciones tienen por encima al Tribunal de Justicia de la UE, que establece la legalidad de los actos legislativos y ejecutivos en la UE, y del que solo nos acordarnos cuando sus sentencias resultan llamativamente positivas: tema desahucios, recientemente.

¿Qué hay que profundizar la democracia europea? Sí: por ejemplo, haciendo que sea el presidente del Parlamento Europeo quien proponga al candidato a presidir la Comisión tras las elecciones a la Eurocámara, que a su vez, en consecuencia podría debatir una moción de censura constructiva, o creando la figura del referéndum europeo sobre temas de especial relevancia.

Pero esa es una cosa y otra la política decidida en la UE por las mayoría salidas de las urnas, vía nacional o europea, que hoy gobiernan en el Consejo Europeo, el Consejo, la Comisión y el Parlamento de Estrasburgo, por cierto, imponiendo sus opciones ideológicas por la vía de olvidar que la construcción europea ha sido siempre y debería seguir siendo el producto de un gran consenso político y social, de una gran coalición europeísta.

Así que, como la UE es una democracia, para cambiar la actual política de austeridad por otra que esté equilibrada a favor del crecimiento y el empleo, lo mejor es ejercer el poder que la ciudadanía europea tiene en sus manos: votar en consecuencia en el nivel nacional y en el comunitario, empezando por las elecciones a la Eurocámara de 2014. Sin olvidar otras vías de democracia participativa como la Iniciativa Ciudadana Europea o las movilizaciones de ámbito comunitario (incluida la huelga), amparadas en la Carta de Derechos Fundamentales de la UE.