sábado, 27 de julio de 2013

Del Consejo Europeo a Túnez, pasando por USA y Mandela: mis últimos artículos y posts

Aquí tenéis mis últimos artículos y posts:

- No busquemos agua en el espejismo del Consejo Europeo (El Huffington Post)

- ¿Un Parlamento Transatlántico? (esglobal)

- Free, free Nelson Mandela (Blog Alternativas en El País)

- Consenso frente al terrorismo en Túnez (El Huffington Post)

Un recorrido modesto de análisis y propuesta frente a la política de austeridad por la austeridad, en favor de una mayor y mejor relación entre la UE y los Estados Unidos en lo económico y también en lo político, de reconocimiento a la vida de Madiba en su 95 aniversario y de firmeza frente al terrorismo que ya ha segado la vida de dos demócratas en el Túnez.

sábado, 22 de junio de 2013

"Europa como una gran coalición": mi artículo en El Huffington Post

Estos son el enlace y el texto:

Europa como una gran coalición

Carlos Carnero


Publicado: 19/06/2013 07:14
El acuerdo PP-PSOE con motivo del próximo Consejo Europeo es relevante a nivel nacional, pero sobre todo es importante en el ámbito europeo porque subraya la posibilidad y la necesidad de recuperar el gran consenso básico que ha permitido a lo largo de décadas fundar, profundizar y gobernar la UE.

La necesidad de tal consenso dejó de ser percibida por la derecha europea en el mismo momento en que atisbó la posibilidad de gestionar la crisis de forma que al hacerlo consiguiera imponer sólida y permanentemente sus postulados de desregulación económica y debilitamiento del estado del bienestar como algo incontestable e, incluso, constitucionalizado, válido en cualquier coyuntura económica futura.

Sin embargo, a estas alturas es evidente que la política de austeridad por la austeridad ha fracasado y que se impone el reequilibrio de la misma con políticas activas de crecimiento y empleo con el objetivo de evitar que la UE siga caminando hacia el abismo. Uno de los mejores ejemplos de esa necesidad perentoria es España, que con su 26% de paro no puede permitirse ni un minuto más apretarse el cinturón si no quiere estrangularse y morir por asfixia.

El Gobierno (que es quien gira hacia los postulados socialistas, algo que debería percibir más nítidamente que hasta la fecha el electorado progresista) y la oposición lo han entendido y actuado en consecuencia de manera conjunta en el marco en el que las decisiones valen y son eficaces: el europeo.

En principio, el pacto reforzará a los partidos firmantes, beneficiará a España en Bruselas y, si sus postulados avanzan en las instituciones europeas, nos permitirán recuperar el pulso europeísta que siempre había situado a nuestro país a la vanguardia de la construcción comunitaria, sirviendo una vez más como ejemplo de éxito en el ámbito de la Unión.

Pero PP y PSOE no deben quedarse ahí, sino empujar para que el Partido Popular Europeo (PPE) y el Partido Socialista Europeo (PSE) retornen al consenso e inviten a hacerlo a empresarios y sindicatos en el terreno de las fuerzas sociales.

En realidad, la UE siempre ha sido una gran coalición y la demostración de que el bipartidismo bien llevado (es decir, con ánimo de apertura y respeto estricto a las minorías, lejos de tentaciones exclusivistas y manteniendo las diferencias lógicas entre derecha e izquierda) es positivo y no, como algunos plantean, un mal para la democracia nacional y europea.

Y, desde luego, necesario para culminar la unión política federal europea a la que aspiramos y de la que una unión económica orientada a garantizar el modelo social que nos caracteriza sería un componente imprescindible.



"De Turquía, Bruselas y la democracia": mi post en el Blog Alternativas en El País

Enlace y texto:

De Turquía, Bruselas y la Democracia


07 de junio de 2013

Carlos Carnero



De viaje en el Magreb, el Primer Ministro de Turquía habrá sido el primer sorprendido al comprobar que por las calles de Estambul se repetía cada vez más fuerte el “Erdogan istifa!” (¡Erdogan dimisión!) de estos últimos días. Qué lejanas le habrán parecido las jornadas del “Erdogan babacan!”, cuando una mayoría social le reclamaba al frente de los destinos de Turquía como alternativa a lo que muchos ciudadanos consideraban con razón una insoportable losa de ejecutivos inestables, incapaces de atajar los problemas económicos y sociales del país, empezando por la corrupción.

Y, sin embargo, la realidad ha sorprendido al líder del islamismo moderado turco cuando la unanimidad de los medios de comunicación internacionales no hacía más que señalar el milagro del crecimiento económico experimentado por el país, la posibilidad abierta de acabar con el conflicto armado en el Kurdistán y, desde el comienzo de la Primavera Árabe, la ejemplaridad del modelo del AKP para los países de mayoría musulmana que accedían a la democracia pero no querían o no debían apostar por el confesionalismo más o menos radical propugnado por los extremistas en otros lugares del mundo islámico.

Por su parte, criticada como es tantas veces –en unas ocasiones justamente, en otras no tanto-, la Comisión Europea se habrá visto reconfortada al comprobar que la dureza de su último Informe de Etapa sobre los avances de Turquía encaminados a cumplir con los imprescindibles criterios de Copenhague para pasar de candidato a miembro de la UE, no era excesiva. Porque, se quiera ver o no, en ese gran país se siguen violando principios democráticos y derechos fundamentales. Es verdad que no como ocurría hace casi veinte años (cuando el que escribe estas líneas ejercía como ponente del Parlamento Europeo sobre la Unión Aduanera con Ankara y por eso mismo propugnó un NO al que la Cámara hizo caso omiso mayoritariamente), desde luego, pero todavía con una gravedad, una frecuencia y una cantidad apreciables e inaceptables.

Empezando por la libertad de expresión. Hoy, como entonces, decenas de periodistas son encarcelados por ejercer su derecho a informar y a opinar porque no se han suprimido o modificado suficientemente las leyes que permiten hacerlo, empezando por el contenido del famoso Artículo 8 legado por la última dictadura militar.

Fijémonos bien en esto: buena parte de los manifestantes que hoy piden la salida de Erdogan lo hacen porque consideran que está adoptando decisiones guiadas por su angosta concepción de la libertad individual a la luz de sus creencias religiosas, temerosos de que la laicidad del estado esté en peligro y con ella las conquistas alcanzadas por las mujeres o, en general, por cualquier ciudadano que desee llevar una vida cotidiana libre de las ataduras morales impuestas desde una religión. O sea, que quiera vivir tan libre como en cualquier otro país de la UE.

Pero junto a ello persisten deficiencias democráticas que no vienen de las convicciones religiosas de Erdogan y sus compañeros de ejecutivo y de partido, sino que fueron legadas por quienes han pretendido erigirse en los salvadores de la libertad laica habiendo conculcado antes todas las libertades: las Fuerzas Armadas y buena parte de la judicatura, que durante años se ha dedicado a disolver partidos como quien sale a cenar, empezando por los de formación kurda y terminando incluso por quienes hoy gobiernan Turquía.

No sabemos ni la duración en el tiempo ni el ritmo de extensión o reducción de las actuales protestas ni sus consecuencias políticas, si las hay. Pero lo que sí conocemos ahora, una vez más, es que casi nunca es oro lo que reluce, aunque haya sido llevado a los altares por académicos, comentaristas y políticos deseosos de encontrar en Erdogan la piedra filosofal capaz de unir islamismo y democracia.

Sin embargo, todo apunta a que la UE no se ha equivocado tanto al tratar con Turquía: declarado país candidato, Bruselas no tiene más remedio que continuar insistiendo en que Ankara debe dar todavía muchos pasos para ser una democracia plena, sin zonas de sombra. Ese es el marco en el que han de desarrollarse las negociaciones para una adhesión que es un medio y un fin en sí mismo, porque, una vez dentro, Turquía y la Unión se beneficiarán mutuamente o, mejor dicho, llevarán haciéndolo a lo largo de un camino en el que los turcos conseguirán ser más libres a cada presión ejercida por las instituciones comunitarias.

Si yo estuviera entre los manifestantes de estos días, miraría a la UE con simpatía. ¿Fatiga turca respecto a la Unión? No lo creo. Aunque, lógicamente, sí la habrá con quien prometió, se comprometió y hoy no quiere cumplir: las derechas alemana y francesa pueden sentirse directamente aludidas. La Comisión y el Parlamento Europeo, aunque algunos no lo crean, son otra cosa y representan el verdadero interés comunitario.

"La UE es una democracia": mi artículo en El Huffington Post

Aquí tenéis el enlace y el texto:

La UE es una democracia

Carlos Carnero


Publicado: 01/06/2013 10:57
Conviene hacer un esfuerzo para que en esto de Europa los árboles no nos impidan ver el bosque, porque me temo que la crisis está consiguiendo, con su dureza y su permanencia, lo contrario. Y eso no es bueno, particularmente en un país que ha dado un salto espectacular en su desarrollo gracias a su pertenencia a la UE desde 1986.

Lo digo porque que cada vez es más común, incluso entre las personas más informadas y formadas, afirmar que la UE no es democrática, en un salto cualitativo desde aquel "déficit democrático" que se atribuía hace años y con razón a la construcción europea.

Por supuesto que cada uno es muy libre de pensar lo que considere oportuno (que tampoco en el tema Europa puede haber dogmas), pero una cosa es estar en desacuerdo con las decisiones que se adoptan en la UE y otra considerar que la adopción de las mismas y la propia Unión no responden ni a principios ni a normas propios de una democracia.

Yo, por ejemplo, considero que la política de austeridad por la austeridad ha fracasado (como se afirma en el II Informe sobre el estado de la UE elaborado por la Fundación Alternativas y la Friedrich-Ebert-Stiftung), pero eso no me lleva a pensar que el Parlamento Europeo, el Consejo o la Comisión no tienen legitimidad democrática.

Sí la tienen, por mucho que rechacemos lo que deciden. La UE es la primera democracia supranacional existente en la historia y, con el Tratado de Lisboa, que ha recogido el 95 % de la Constitución que elaboramos en la Convención de los años 2002 y 2003, tiene los rasgos básicos del estado de derecho: la designación de quien gobierna en elecciones libres, la separación de poderes y una declaración de derechos jurídicamente vinculante.

No hace falta extenderse sobre la legitimidad democrática del Parlamento Europeo, que sale directamente de las urnas y tiene no solo los mismos poderes que cualquier Parlamento nacional (legislar, aprobar los presupuestos, controlar al Gobierno que vota -la Comisión Europea-), sino incluso más. Ya no estamos ante una Cámara principalmente deliberante (la que conocí cuando llegué en 1994), que también, sino ante una asamblea decisoria, representativa de la ciudadanía europea (como la que dejé en 2009).

Por su parte, la Comisión es votada, controlada y, en su caso, destituida por el Parlamento Europeo. Podremos considerar que muchas veces se equivoca, pero no por estar formada por burócratas que no rinden cuentas ante nadie: la realidad es que está integrada por políticos experimentados, de amplia trayectoria, que comparecen más ante la Eurocámara que muchos ministros nacionales ante su Parlamento, empezando por la obligación de someterse a duras audiciones antes de ser elegidos. Y que actúan con la independencia de criterio exigible a quien tiene como misión preservar el interés comunitario más allá del de cada Estado miembro.

Y el Consejo Europeo y el Consejo (que son la otra cámara de un sistema bicameral y, a veces, actúan como un ejecutivo cuando así lo señala el Tratado) no vienen de Marte, sino que están formados por Gobiernos elegidos en los Parlamentos nacionales que salen de los comicios generales en cada Estado miembro. Difícil negar a esas instituciones su legitimidad sin rechazar que nuestro país sea una democracia.

Falta decir que todas esas instituciones tienen por encima al Tribunal de Justicia de la UE, que establece la legalidad de los actos legislativos y ejecutivos en la UE, y del que solo nos acordarnos cuando sus sentencias resultan llamativamente positivas: tema desahucios, recientemente.

¿Qué hay que profundizar la democracia europea? Sí: por ejemplo, haciendo que sea el presidente del Parlamento Europeo quien proponga al candidato a presidir la Comisión tras las elecciones a la Eurocámara, que a su vez, en consecuencia podría debatir una moción de censura constructiva, o creando la figura del referéndum europeo sobre temas de especial relevancia.

Pero esa es una cosa y otra la política decidida en la UE por las mayoría salidas de las urnas, vía nacional o europea, que hoy gobiernan en el Consejo Europeo, el Consejo, la Comisión y el Parlamento de Estrasburgo, por cierto, imponiendo sus opciones ideológicas por la vía de olvidar que la construcción europea ha sido siempre y debería seguir siendo el producto de un gran consenso político y social, de una gran coalición europeísta.

Así que, como la UE es una democracia, para cambiar la actual política de austeridad por otra que esté equilibrada a favor del crecimiento y el empleo, lo mejor es ejercer el poder que la ciudadanía europea tiene en sus manos: votar en consecuencia en el nivel nacional y en el comunitario, empezando por las elecciones a la Eurocámara de 2014. Sin olvidar otras vías de democracia participativa como la Iniciativa Ciudadana Europea o las movilizaciones de ámbito comunitario (incluida la huelga), amparadas en la Carta de Derechos Fundamentales de la UE.



lunes, 27 de mayo de 2013

"No podemos esperar a las elecciones alamanas": nuestro artículo en El País

Diego López Garrido, Nicolás Sartorius y yo mismo, en tanto que Director y coautores (junto con otros) del II Informe sobre el estado de la UE de la Fundación Alternativas y la Friedrich-Eber-Stiftung, publicamos a seis manos en El País un artículo titulado "No podemos esperar a las elecciones alemanas". Este es su texto:

No podemos esperar a las elecciones alemanas

( El País, 21 de mayo de 2013)

El descenso en la prima de riesgo de España —y de Italia, Portugal, Francia, etcétera— no ha sido causado por la política económica seguida por el Gobierno en el último año y medio, como afirmó Rajoy sin pestañear en el debate parlamentario de la semana pasada. Esta política es responsable del aumento hasta el infinito del paro, al aprobar una reforma laboral suicida cuyo efecto ha sido el despido masivo. De eso sí es responsable. Pero no, desde luego, de la relajación de los mercados financieros mundiales en las últimas semanas.

El origen de este punto de inflexión coyuntural está en tres hechos concatenados: la decisión del Banco Central de Japón de inyectar, por fin, liquidez en la economía financiera, siguiendo la política de la Reserva Federal de los Estados Unidos; la bajada del tipo de interés decretada por Draghi y su amenaza de ir más allá; y la resignación de la Comisión Europea a que la cifra mágica del 3% del PIB de déficit sea retrasada dos años más en Francia, España y Holanda (en este caso, un año más).

La razón de esas decisiones del BCE y de la Comisión es “la crisis dentro de la crisis” sufrida por el (hasta ahora) dogma de la austeridad, que lleva dominando el escenario de la política económica europea desde la noche del 9 al 10 de mayo de 2010; la del pánico de los Gobiernos europeos a los mercados financieros, tras el estallido de la economía griega. Ese pánico es el que desencadenó la política de austeridad, porque los Gobiernos de la eurozona, mayoritariamente, entendieron que, si no se daba un hachazo a los gastos públicos, los inversores dejarían de financiar la deuda y abocarían a la quiebra a un país tras otro.

La campeona del rigor presupuestario en estos años ha sido Angela Merkel, la derecha alemana. Lo sigue siendo. Tiene un objetivo, ganar las elecciones del 22 de septiembre. No va a cambiar hasta entonces. Pero los demás países, particularmente los llamados periféricos, y en especial el nuestro, no pueden aguantar más dosis de recorte de gastos a palo seco.

Asistimos, como dice el título del Informe de las Fundaciones Alternativas y Friedrich Ebert sobre el estado de la Unión, al “fracaso de la austeridad”. De hecho, las economías que más han cortado el gasto público —rescatadas como Grecia y Portugal y no rescatadas como Reino Unido— son las que más contracción han sufrido. Se ha producido algo que la doctrina de la austeridad no había querido prever. La lucha unidimensional contra el enorme déficit y la correspondiente deuda de los países europeos ha terminado en más recesión y en una subida impetuosa de la deuda. La eurozona tiene, como media, un 90% del PIB de deuda. Tendrá un 96% —pronostica la Comisión— en 2014. Un 12,1% de la población activa desempleada. Decrecimiento de la economía mayor aún (0,3% en 2012; 0,4% como previsión para 2013). Debilitamiento acusado del Estado de bienestar, sanidad, educación, dependencia. Hundimiento de la capacidad del consumo. Podríamos seguir desgranando cifras a cual más negativa, que empiezan a extenderse a los países “acreedores", como Alemania. BMW y Siemens acaban de anticipar peores resultados en 2013 a causa de la debilidad manifiesta de los mercados europeos.

Ya no vale decir que los inversores castigan con intereses altos a las emisiones de deuda de los países más sedientos de financiación. Incluso Bill Gross, del Pacific Investment Management Company, uno de los grandes inversores, que había sido firme sostenedor del mantra de la consolidación fiscal, ahora defiende con la misma contundencia lo contrario, diciendo que la austeridad ha ido demasiado lejos. Es lo que están diciendo empresas inversoras del Ibex 35 (recientemente, ACS). Lo mismo declara sin tapujos el nada sospechoso Fondo Monetario Internacional. Hay una conciencia cada vez más acusada de que las economías europeas habrían crecido de no haberse aplicado de forma rígida la política de austeridad, y de que hoy es más urgente fortalecer la demanda y crear empleo que reducir la deuda rápidamente.

La cuestión no es dar un bandazo y renunciar a hacer descender la cifra de deuda, sino tener suficiente flexibilidad para abrirse a un plan de estímulo económico creíble para la creación de empleo, sobre todo entre los jóvenes. ¿Cómo financiar este estímulo a corto plazo? Básicamente, a través de créditos del Banco Europeo de Inversiones para infraestructuras; del descenso de la prima de riesgo, aún muy alta y poco competitiva para España, mediante una acción más decidida del BCE en la compra de bonos; y de que el dinero que este da a los bancos, ilimitadamente y casi regalado, llegue a las pymes europeas con este mismo bajo interés. Esa condicionalidad es la que debería establecer el BCE a cambio de dar crédito barato a la banca. Sería esencial esta acción porque, a diferencia de Estados Unidos, los créditos bancarios representan en Europa el 80% de la deuda corporativa. Por otra parte, la unión bancaria, con su complejidad legal y las constantes dudas germánicas, aún queda lejos.

Las medidas supranacionales requieren un complemento nacional, que no es sino la reforma fiscal, para que las rentas del capital, de las multinacionales, de las grandes fortunas, de los poderosos servicios financieros, sufraguen el precio de una crisis creada por ellos.

La necesidad de orientarse hacia el crecimiento, financiado con más ingresos —no con menor gasto público— es ya una evidencia imposible de obviar. Hay una fatiga de austeridad que las sociedades europeas no soportan por más tiempo. Sobre todo cuando observan que países como Estados Unidos, que no ha seguido esta política, abandonó la recesión a mediados de 2009 y tiene resultados como el del mes pasado: 165.000 empleos creados, y una tasa del desempleo que baja del 7,6 al 7,5%. En la Unión Europea, los bancos son incapaces de transmitir a las empresas los beneficios de una política monetaria laxa como la impulsada —con regular éxito— por un BCE dividido y siempre cuestionado desde el Bundesbank.

El giro hacia la creación de empleo no se puede hacer desde un solo Estado. Necesita de una estrategia europea. La Unión Política es la culminación natural de una política económica común, pero esto es a largo plazo. Por eso, el Consejo Europeo de junio tendría que dar el salto hacia una política económica activista para la recuperación del crecimiento. Solo este órgano —en detrimento de la Comisión y el Parlamento Europeo— tiene hoy la autoridad y capacidad política para hacerlo. Una serie de países —mayoritariamente del Sur— deberían aunar esfuerzos en esa dirección. Los nuevos Gobiernos en Italia y Francia lo facilitan. Falta que el español deje su actitud pasiva y se una a una política que debe aspirar a ser mayoritaria en el Consejo Europeo, como empieza a serlo en el seno del BCE. Veintiséis millones y medio de parados en Europa, más de seis millones en España, no pueden esperar a las elecciones alemanas.

miércoles, 15 de mayo de 2013

"¡Maldita ONU!": mis post en el Blog Alternativas en El País

Este es el post:



"¡Maldita ONU!"

Carlos Carnero

Publicado el 10 de mayo de 2013

“¡Maldita ONU!”. No es difícil imaginar que esa habrá sido la expresión de algunos de los halcones de Washington cuando hayan escuchado las palabras de Carla del Ponte afirmando que “existen fuertes y concretas sospechas, aunque no pruebas incontrovertibles, de la utilización de gas sarín en Siria…por algunos grupos de la oposición”.


Mientras la guerra civil en Siria acentúa su espantoso balance de muertos, heridos y destrucción moral y material, algunos grupos de interés elevan su presión para que Obama se decida a intervenir militarmente (vía bombardeos aéreos) para poner fin al conflicto con una derrota militar del régimen. Pero el Presidente parece resistirse a poner en marcha una operación que implica bastantes riesgos.

En primer lugar, porque no hay testimonios de que las líneas rojas que se marcó para autorizar el despegue de los cazabombarderos hayan sido traspasadas por parte de El Assad. El régimen del dictador sirio ha cometido crímenes brutales e incontables a lo largo y ancho del conflicto, pero es complicado probar que haya hecho uso hasta la fecha de las armas químicas, condición marcada para su intervención por los propios Estados Unidos.

En segundo lugar, porque no da la impresión de que el nivel de acuerdo (y en su caso, implicación) con la intervención entre los aliados norteamericanos, particularmente en la Unión Europea, haya alcanzado una masa crítica suficiente como para no convertir el ataque en una acción cuasi unilateral, con algunos apoyos aislados en lo militar y declarativos en lo político.

En tercer lugar, porque la desconfianza de Washington hacia algunos sectores de la oposición siria –más allá del reconocimiento formal obtenido por su plataforma conjunta en las principales capitales occidentales- sigue siendo patente. Es decir, no se tiene la garantía de poder influir de manera suficiente en el desarrollo de los acontecimientos una vez que el régimen se desplome.

Y en cuarto lugar, porque ni existe ni probablemente existirá un mandato del Consejo de Seguridad de la ONU para intervenir en Siria. Es verdad que tal situación responde al rechazo hasta la fecha de dos países con poder de veto (Rusia y China), pero, independientemente de las causas, tal mandato ni se ha pedido con nitidez ni se ha obtenido.

De forma que la diferencia con la intervención en Libia sería que aquella se llevó a cabo en el marco del derecho internacional porque las Naciones Unidas la amparaban. Ahora mismo, actuar en Siria equivaldría a decir que el unilateralismo fue expulsado por la puerta pero ha retornado por la ventana, algo poco acorde con la política exterior de Obama.

Algunos han creído ver en los ataques israelíes en Siria una especie de boca de ganso militar de los Estados Unidos: Tel Aviv intervendría cuando su principal aliado no puede o no quiere hacerlo. Quizás sea así o también que Israel haya decidido actuar de forma preventiva tras formar un gobierno escorado a la derecha, argumentando que en realidad lo hace contra Irán y Hezbolá y seguro de que el ejército del régimen de Damasco no tiene ninguna capacidad de respuesta en un segundo frente.

Volvamos, en todo caso, a las preguntas esenciales: ¿la responsabilidad de proteger (antes conocida como derecho de injerencia) está o no por encima de elementos que pueden ser considerados formales, como la existencia previa de una autorización onusiana?; ¿hasta qué punto pueden las democracias verse paralizadas por el veto de los de los de siempre en el Consejo de Seguridad a la hora de actuar para impedir las masacres de regímenes sin escrúpulos como el sirio?; ¿seguiremos siempre dejando que los conceptos de “no intervención” o “apaissment”, tan terribles para la historia de España y Europa, jueguen a favor de quienes cometen crímenes contra la humanidad?

Es evidente que la acción política, diplomática y humanitaria a favor del pueblo sirio y en contra del régimen no solo debe continuar sino reforzarse, lo mismo que ha condenarse cualquier atrocidad por parte de la oposición al mismo. Pero el debate está abierto sobre la necesidad de intervenir militarmente y de hacerlo incluso sin una autorización de la ONU. Eso sí, la discusión es urgente, urgentísima, porque cada día mueren personas inocentes en una guerra civil que parece no tener fin.

En todo caso, las Naciones Unidas –tan criticadas, a veces justamente, y tan poco alabadas, en ocasiones injustamente- vuelven a demostrar su incuestionable valor cuando su propia existencia y el derecho internacional que han ido creando obliga a todos a pensar dos veces lo que hacer antes de apretar el gatillo. En algunos casos, repito, siempre habrá quien reaccione a ello con ese “¡Maldita ONU!”.


¿Alemania culpable?: mi artículo en El Huffington Post

Aquí tenéis mi post:

¿Alemania culpable?

Carlos Carnero.Director gerente, Fundación Alternativas


Publicado: 06/05/2013
Si la primera víctima de la guerra es la verdad, en el caso de las crisis son los matices los que corren la peor suerte. Lo estamos comprobando en Europa con la recesión económica sin saber a fecha de hoy hasta dónde nos llevarán las descalificaciones cruzadas y a bulto que recorren el continente, aunque intuimos que a ningún buen lugar.

Hace pocos días el fútbol nos ha recordado hasta qué punto son ridículas las generalizaciones. No fue España la eliminada en las semifinales de la Champions, sino dos de sus mejores equipos: el Real Madrid y el Barcelona, compuestos por un mosaico multinacional de jugadores tan variado como el de sus adversarios en la eliminatoria. Si uno de los dos hubiera obtenido el billete a Wembley, todo el discurso globalizador de la victoria de Alemania y la derrota de nuestro país sobre el césped no habría salido a la superficie. ¿O es que si el Bayern gana al Borussia afirmará alguien que Baviera ha derrotado al resto de la República Federal, o viceversa?

Con la crisis pasa en buena medida lo mismo. Hartos ya de estar hartos, muchos de los que sufren las consecuencias más duras de la crisis en forma de recesión y desempleo vuelven sus miradas hacia Alemania para señalarla con el dedo y declararla culpable. Por su parte, los que en teoría se benefician de esa política en territorio germano aumentan el volumen de las mentiras y los tópicos sobre las cigarras del sur de Europa. A este paso, la capacidad superadora de fronteras generada por décadas de éxito en la construcción europea puede quedar literalmente sepultada por toneladas de nacionalismo.

Hay que parar este despropósito con las luces de la razón, ni más ni menos.

En primer lugar, afirmando que no son los países como entidades totalmente homogéneas sin diferencias internas quienes adoptan decisiones, equivocadas o erróneas. Alemania no es la responsable de la imposición de una política de austeridad a ultranza y palo seco que está devastando las esperanzas de millones de europeos en salir de la crisis y poniendo una bomba de relojería en este gran invento que es la UE. Hilemos un poco más fino: la autoría de tal política tiene nombres, partido e intereses, que no son otros que Angela Merkel, la CDU y las clases dominantes del país. Ni los socialdemócratas ni los millones de alemanes que viven en condiciones salariales y laborales precarias defienden algo que ni consideran acertado ni les beneficia. Ahí está el programa del SPD para demostrarlo.

Como tampoco es España sin más quien considera probado que la austeridad no le sacará del pozo económico en el que ha caído. Son Mariano Rajoy, el PP y los empresarios que esperan recuperar su tasa de beneficio destruyendo el mercado laboral quienes la asumen y la defienden. Pero no los sindicatos, la izquierda (PSOE e IU), la sociedad civil movilizada en defensa de lo público o los seis millones de parados.

Es ahí donde ha residido el error de los socialistas franceses al plantear en un primer momento una "confrontación democrática" con Alemania para cambiar el rumbo de la política económica europea, porque no es a ese país al que hay que plantar cara, sino a quien lo dirige. Mejor hubieran hecho desde el principio en proponer una batalla de propuestas y valores contra la derecha europea, porque la francesa no se aleja demasiado en sus planteamientos de la germana.

¿Cómo? Con un programa común para la recuperación económica a través de la defensa del Estado del bienestar con quienes en Berlín, Roma o Madrid están dispuestos a decir basta al suicidio de la austeridad, demostrando que los intereses de la mayoría de los alemanes, los franceses, los italianos o los españoles difieren de los que encarna Merkel.

Parece increíble que habiendo construido la primera democracia supranacional de la historia que es la UE, con una orientación federal que se ejercita cada día en políticas comunes e instituciones tan impresionantes como el Parlamento Europeo o la Comisión, se haya conseguido introducir de nuevo la vieja dialéctica de unas naciones contra otras consideradas como un todo, olvidando que las componen ciudadanos con intereses y aspiraciones legítimamente contrapuestos.

Quienes creemos en una UE federal y solidaria, hablemos alemán o español, griego o sueco, italiano o inglés, estamos aún a tiempo de actuar como ciudadanos europeos, que es lo que somos. De lo contrario, este instrumento de valores y objetivos que es la Unión terminará naufragando en un indescifrable mar de banderas y mezquindades.



martes, 23 de abril de 2013

Propuesta de los Estados Unidos sobre el Sáhara Occidental: mi entrevista en TVE

Aquí tenéis la entrevista que me hicieron ayer en "La tarde en 24 horas", del Canal 24 horas de TVE. Comienza, aproximadamente, en el minuto 11.

lunes, 22 de abril de 2013

"Obama se moja en el Sáhara": mi artículo en El Huffington Post

Aquí tenéis el enlace y el texto del artículo que he publicado en El Huffington Post sobre la propuesta norteamericana al Consejo de Seguridad de la ONU para ampliar el mandato de la Minurso a la vigilancia de los derechos humanos en el territorio ocupado y en los campamentos de refugiados de Tinduf;

Obama se moja en el Sáhara

Carlos Carnero


Publicado: 18/04/2013
La llegada de John Kerry al cargo de Secretario de Estado norteamericano está trayendo buenas noticias al Sáhara Occidental. La más importante, que la Administración Obama ha decidido mojarse con un proyecto de resolución del Consejo de Seguridad de la ONU para que se encargue a la Misión de las Naciones Unidas (MINURSO) la vigilancia de los derechos humanos. La iniciativa estadounidense, de ser aprobada, acabaría con una situación injustificable: que la MINURSO sea la única misión de la ONU cuyo mandato no incluye ni explícita ni implícitamente observar si se respetan los derechos humanos. Durante años, todo tipo de instituciones han venido reclamando la adopción de esa medida. Así lo hizo recientemente el Parlamento Europeo.

Recuerdo como si fuera hoy la reunión que mantuvimos en el antiguo Parador de el Aaiún con los responsables de la MINURSO cuando, como Delegación de la Eurocámara, visitamos en enero de 2009 la capital del Sáhara Occidental. Su respuesta a nuestras preguntas sobre la situación de los derechos humanos era tan invariable como impotente: no tenemos mandato alguno para ocuparnos del tema. Lo que resultaba doblemente sangrante cuando tras ese encuentro recibimos una tras otra a asociaciones ciudadanas que denunciaban con documentación exhaustiva e incluso personalmente que las violaciones de los mismos se habían convertido en una práctica habitual.

Los Estados Unidos han movido ficha en la dirección correcta. Ahora les toca a otros hacerlo. En primer lugar, a los países que forman parte, junto con Washington, del Grupo de Amigos del Sáhara: España, Francia, Rusia y el Reino Unido. Habrá que fijarse muy de cerca en la reacción de Madrid y de París, especialmente: de la primera capital, porque asume nada menos que el papel de Potencia Administradora del territorio, del que no le han desembarazado ni los Acuerdos Tripartitos de 1975 ni la timorata actitud de los sucesivos gobiernos de la democracia; de la segunda, porque durante años ha ejercido de primer valedor de las posiciones marroquíes en la UE y en la ONU. François Hollande tiene ante sí el reto de demostrar su compromiso con los derechos humanos y la oportunidad de romper con una política exterior que, a lo largo de los años, ha avalado demasiadas cosas negativas en África. Nadie le pide que cambie de tercio y se posicione de verdad a favor de la autodeterminación del Sáhara Occidental. Solamente, que sea fiel a su programa. De lo contrario, su discurso internacional perderá buena parte de su credibilidad. Tampoco conviene olvidar a la Unión Europea. Si tras la Primavera Árabe ha hecho suyo el concepto de "democracia profunda" en sus relaciones con el Mediterráneo, ¿será el Sáhara Occidental una excepción, la demostración de que los principios están sometidos como siempre a los intereses? La Alta Representante para la Política Exterior, la señora Ashton, debería proponer a Bruselas el apoyo de la Unión a la propuesta norteamericana.

Propuesta que no solo entraña una cuestión de valores, sino también el pragmatismo de hacer ver a las partes del conflicto -como intenta el enviado especial de la ONU, Ross- que la Comunidad Internacional no va a cejar en conseguir alcanzar su solución del mismo, que pasa, como afirman las resoluciones de las Naciones Unidas, por garantizar al pueblo saharaui decidir democráticamente en un referéndum su destino.

sábado, 13 de abril de 2013

Entrevista en Europa 2013 de TVE sobre el II Informe sobre el estado de la UE de la Fundación Alternativas y la Friedrich-Ebert-Stiftung

Me entrevistan  en Europa 2013 de TVE, el excelente programa dirigido por Clara Rivero y presetnado por Carmen Romero que sigue siendo la mejor ventana audivisiual a la actualidad de la UE. Ahora, además de por el Canal 24 Horas, se emite también por la 1. Buena noticia.

La entrevista comienza en el minuto 18:

http://www.rtve.es/alacarta/videos/europa/europa-2013-12-04-13/1763008/