lunes, 27 de mayo de 2013

"No podemos esperar a las elecciones alamanas": nuestro artículo en El País

Diego López Garrido, Nicolás Sartorius y yo mismo, en tanto que Director y coautores (junto con otros) del II Informe sobre el estado de la UE de la Fundación Alternativas y la Friedrich-Eber-Stiftung, publicamos a seis manos en El País un artículo titulado "No podemos esperar a las elecciones alemanas". Este es su texto:

No podemos esperar a las elecciones alemanas

( El País, 21 de mayo de 2013)

El descenso en la prima de riesgo de España —y de Italia, Portugal, Francia, etcétera— no ha sido causado por la política económica seguida por el Gobierno en el último año y medio, como afirmó Rajoy sin pestañear en el debate parlamentario de la semana pasada. Esta política es responsable del aumento hasta el infinito del paro, al aprobar una reforma laboral suicida cuyo efecto ha sido el despido masivo. De eso sí es responsable. Pero no, desde luego, de la relajación de los mercados financieros mundiales en las últimas semanas.

El origen de este punto de inflexión coyuntural está en tres hechos concatenados: la decisión del Banco Central de Japón de inyectar, por fin, liquidez en la economía financiera, siguiendo la política de la Reserva Federal de los Estados Unidos; la bajada del tipo de interés decretada por Draghi y su amenaza de ir más allá; y la resignación de la Comisión Europea a que la cifra mágica del 3% del PIB de déficit sea retrasada dos años más en Francia, España y Holanda (en este caso, un año más).

La razón de esas decisiones del BCE y de la Comisión es “la crisis dentro de la crisis” sufrida por el (hasta ahora) dogma de la austeridad, que lleva dominando el escenario de la política económica europea desde la noche del 9 al 10 de mayo de 2010; la del pánico de los Gobiernos europeos a los mercados financieros, tras el estallido de la economía griega. Ese pánico es el que desencadenó la política de austeridad, porque los Gobiernos de la eurozona, mayoritariamente, entendieron que, si no se daba un hachazo a los gastos públicos, los inversores dejarían de financiar la deuda y abocarían a la quiebra a un país tras otro.

La campeona del rigor presupuestario en estos años ha sido Angela Merkel, la derecha alemana. Lo sigue siendo. Tiene un objetivo, ganar las elecciones del 22 de septiembre. No va a cambiar hasta entonces. Pero los demás países, particularmente los llamados periféricos, y en especial el nuestro, no pueden aguantar más dosis de recorte de gastos a palo seco.

Asistimos, como dice el título del Informe de las Fundaciones Alternativas y Friedrich Ebert sobre el estado de la Unión, al “fracaso de la austeridad”. De hecho, las economías que más han cortado el gasto público —rescatadas como Grecia y Portugal y no rescatadas como Reino Unido— son las que más contracción han sufrido. Se ha producido algo que la doctrina de la austeridad no había querido prever. La lucha unidimensional contra el enorme déficit y la correspondiente deuda de los países europeos ha terminado en más recesión y en una subida impetuosa de la deuda. La eurozona tiene, como media, un 90% del PIB de deuda. Tendrá un 96% —pronostica la Comisión— en 2014. Un 12,1% de la población activa desempleada. Decrecimiento de la economía mayor aún (0,3% en 2012; 0,4% como previsión para 2013). Debilitamiento acusado del Estado de bienestar, sanidad, educación, dependencia. Hundimiento de la capacidad del consumo. Podríamos seguir desgranando cifras a cual más negativa, que empiezan a extenderse a los países “acreedores", como Alemania. BMW y Siemens acaban de anticipar peores resultados en 2013 a causa de la debilidad manifiesta de los mercados europeos.

Ya no vale decir que los inversores castigan con intereses altos a las emisiones de deuda de los países más sedientos de financiación. Incluso Bill Gross, del Pacific Investment Management Company, uno de los grandes inversores, que había sido firme sostenedor del mantra de la consolidación fiscal, ahora defiende con la misma contundencia lo contrario, diciendo que la austeridad ha ido demasiado lejos. Es lo que están diciendo empresas inversoras del Ibex 35 (recientemente, ACS). Lo mismo declara sin tapujos el nada sospechoso Fondo Monetario Internacional. Hay una conciencia cada vez más acusada de que las economías europeas habrían crecido de no haberse aplicado de forma rígida la política de austeridad, y de que hoy es más urgente fortalecer la demanda y crear empleo que reducir la deuda rápidamente.

La cuestión no es dar un bandazo y renunciar a hacer descender la cifra de deuda, sino tener suficiente flexibilidad para abrirse a un plan de estímulo económico creíble para la creación de empleo, sobre todo entre los jóvenes. ¿Cómo financiar este estímulo a corto plazo? Básicamente, a través de créditos del Banco Europeo de Inversiones para infraestructuras; del descenso de la prima de riesgo, aún muy alta y poco competitiva para España, mediante una acción más decidida del BCE en la compra de bonos; y de que el dinero que este da a los bancos, ilimitadamente y casi regalado, llegue a las pymes europeas con este mismo bajo interés. Esa condicionalidad es la que debería establecer el BCE a cambio de dar crédito barato a la banca. Sería esencial esta acción porque, a diferencia de Estados Unidos, los créditos bancarios representan en Europa el 80% de la deuda corporativa. Por otra parte, la unión bancaria, con su complejidad legal y las constantes dudas germánicas, aún queda lejos.

Las medidas supranacionales requieren un complemento nacional, que no es sino la reforma fiscal, para que las rentas del capital, de las multinacionales, de las grandes fortunas, de los poderosos servicios financieros, sufraguen el precio de una crisis creada por ellos.

La necesidad de orientarse hacia el crecimiento, financiado con más ingresos —no con menor gasto público— es ya una evidencia imposible de obviar. Hay una fatiga de austeridad que las sociedades europeas no soportan por más tiempo. Sobre todo cuando observan que países como Estados Unidos, que no ha seguido esta política, abandonó la recesión a mediados de 2009 y tiene resultados como el del mes pasado: 165.000 empleos creados, y una tasa del desempleo que baja del 7,6 al 7,5%. En la Unión Europea, los bancos son incapaces de transmitir a las empresas los beneficios de una política monetaria laxa como la impulsada —con regular éxito— por un BCE dividido y siempre cuestionado desde el Bundesbank.

El giro hacia la creación de empleo no se puede hacer desde un solo Estado. Necesita de una estrategia europea. La Unión Política es la culminación natural de una política económica común, pero esto es a largo plazo. Por eso, el Consejo Europeo de junio tendría que dar el salto hacia una política económica activista para la recuperación del crecimiento. Solo este órgano —en detrimento de la Comisión y el Parlamento Europeo— tiene hoy la autoridad y capacidad política para hacerlo. Una serie de países —mayoritariamente del Sur— deberían aunar esfuerzos en esa dirección. Los nuevos Gobiernos en Italia y Francia lo facilitan. Falta que el español deje su actitud pasiva y se una a una política que debe aspirar a ser mayoritaria en el Consejo Europeo, como empieza a serlo en el seno del BCE. Veintiséis millones y medio de parados en Europa, más de seis millones en España, no pueden esperar a las elecciones alemanas.

miércoles, 15 de mayo de 2013

"¡Maldita ONU!": mis post en el Blog Alternativas en El País

Este es el post:



"¡Maldita ONU!"

Carlos Carnero

Publicado el 10 de mayo de 2013

“¡Maldita ONU!”. No es difícil imaginar que esa habrá sido la expresión de algunos de los halcones de Washington cuando hayan escuchado las palabras de Carla del Ponte afirmando que “existen fuertes y concretas sospechas, aunque no pruebas incontrovertibles, de la utilización de gas sarín en Siria…por algunos grupos de la oposición”.


Mientras la guerra civil en Siria acentúa su espantoso balance de muertos, heridos y destrucción moral y material, algunos grupos de interés elevan su presión para que Obama se decida a intervenir militarmente (vía bombardeos aéreos) para poner fin al conflicto con una derrota militar del régimen. Pero el Presidente parece resistirse a poner en marcha una operación que implica bastantes riesgos.

En primer lugar, porque no hay testimonios de que las líneas rojas que se marcó para autorizar el despegue de los cazabombarderos hayan sido traspasadas por parte de El Assad. El régimen del dictador sirio ha cometido crímenes brutales e incontables a lo largo y ancho del conflicto, pero es complicado probar que haya hecho uso hasta la fecha de las armas químicas, condición marcada para su intervención por los propios Estados Unidos.

En segundo lugar, porque no da la impresión de que el nivel de acuerdo (y en su caso, implicación) con la intervención entre los aliados norteamericanos, particularmente en la Unión Europea, haya alcanzado una masa crítica suficiente como para no convertir el ataque en una acción cuasi unilateral, con algunos apoyos aislados en lo militar y declarativos en lo político.

En tercer lugar, porque la desconfianza de Washington hacia algunos sectores de la oposición siria –más allá del reconocimiento formal obtenido por su plataforma conjunta en las principales capitales occidentales- sigue siendo patente. Es decir, no se tiene la garantía de poder influir de manera suficiente en el desarrollo de los acontecimientos una vez que el régimen se desplome.

Y en cuarto lugar, porque ni existe ni probablemente existirá un mandato del Consejo de Seguridad de la ONU para intervenir en Siria. Es verdad que tal situación responde al rechazo hasta la fecha de dos países con poder de veto (Rusia y China), pero, independientemente de las causas, tal mandato ni se ha pedido con nitidez ni se ha obtenido.

De forma que la diferencia con la intervención en Libia sería que aquella se llevó a cabo en el marco del derecho internacional porque las Naciones Unidas la amparaban. Ahora mismo, actuar en Siria equivaldría a decir que el unilateralismo fue expulsado por la puerta pero ha retornado por la ventana, algo poco acorde con la política exterior de Obama.

Algunos han creído ver en los ataques israelíes en Siria una especie de boca de ganso militar de los Estados Unidos: Tel Aviv intervendría cuando su principal aliado no puede o no quiere hacerlo. Quizás sea así o también que Israel haya decidido actuar de forma preventiva tras formar un gobierno escorado a la derecha, argumentando que en realidad lo hace contra Irán y Hezbolá y seguro de que el ejército del régimen de Damasco no tiene ninguna capacidad de respuesta en un segundo frente.

Volvamos, en todo caso, a las preguntas esenciales: ¿la responsabilidad de proteger (antes conocida como derecho de injerencia) está o no por encima de elementos que pueden ser considerados formales, como la existencia previa de una autorización onusiana?; ¿hasta qué punto pueden las democracias verse paralizadas por el veto de los de los de siempre en el Consejo de Seguridad a la hora de actuar para impedir las masacres de regímenes sin escrúpulos como el sirio?; ¿seguiremos siempre dejando que los conceptos de “no intervención” o “apaissment”, tan terribles para la historia de España y Europa, jueguen a favor de quienes cometen crímenes contra la humanidad?

Es evidente que la acción política, diplomática y humanitaria a favor del pueblo sirio y en contra del régimen no solo debe continuar sino reforzarse, lo mismo que ha condenarse cualquier atrocidad por parte de la oposición al mismo. Pero el debate está abierto sobre la necesidad de intervenir militarmente y de hacerlo incluso sin una autorización de la ONU. Eso sí, la discusión es urgente, urgentísima, porque cada día mueren personas inocentes en una guerra civil que parece no tener fin.

En todo caso, las Naciones Unidas –tan criticadas, a veces justamente, y tan poco alabadas, en ocasiones injustamente- vuelven a demostrar su incuestionable valor cuando su propia existencia y el derecho internacional que han ido creando obliga a todos a pensar dos veces lo que hacer antes de apretar el gatillo. En algunos casos, repito, siempre habrá quien reaccione a ello con ese “¡Maldita ONU!”.


¿Alemania culpable?: mi artículo en El Huffington Post

Aquí tenéis mi post:

¿Alemania culpable?

Carlos Carnero.Director gerente, Fundación Alternativas


Publicado: 06/05/2013
Si la primera víctima de la guerra es la verdad, en el caso de las crisis son los matices los que corren la peor suerte. Lo estamos comprobando en Europa con la recesión económica sin saber a fecha de hoy hasta dónde nos llevarán las descalificaciones cruzadas y a bulto que recorren el continente, aunque intuimos que a ningún buen lugar.

Hace pocos días el fútbol nos ha recordado hasta qué punto son ridículas las generalizaciones. No fue España la eliminada en las semifinales de la Champions, sino dos de sus mejores equipos: el Real Madrid y el Barcelona, compuestos por un mosaico multinacional de jugadores tan variado como el de sus adversarios en la eliminatoria. Si uno de los dos hubiera obtenido el billete a Wembley, todo el discurso globalizador de la victoria de Alemania y la derrota de nuestro país sobre el césped no habría salido a la superficie. ¿O es que si el Bayern gana al Borussia afirmará alguien que Baviera ha derrotado al resto de la República Federal, o viceversa?

Con la crisis pasa en buena medida lo mismo. Hartos ya de estar hartos, muchos de los que sufren las consecuencias más duras de la crisis en forma de recesión y desempleo vuelven sus miradas hacia Alemania para señalarla con el dedo y declararla culpable. Por su parte, los que en teoría se benefician de esa política en territorio germano aumentan el volumen de las mentiras y los tópicos sobre las cigarras del sur de Europa. A este paso, la capacidad superadora de fronteras generada por décadas de éxito en la construcción europea puede quedar literalmente sepultada por toneladas de nacionalismo.

Hay que parar este despropósito con las luces de la razón, ni más ni menos.

En primer lugar, afirmando que no son los países como entidades totalmente homogéneas sin diferencias internas quienes adoptan decisiones, equivocadas o erróneas. Alemania no es la responsable de la imposición de una política de austeridad a ultranza y palo seco que está devastando las esperanzas de millones de europeos en salir de la crisis y poniendo una bomba de relojería en este gran invento que es la UE. Hilemos un poco más fino: la autoría de tal política tiene nombres, partido e intereses, que no son otros que Angela Merkel, la CDU y las clases dominantes del país. Ni los socialdemócratas ni los millones de alemanes que viven en condiciones salariales y laborales precarias defienden algo que ni consideran acertado ni les beneficia. Ahí está el programa del SPD para demostrarlo.

Como tampoco es España sin más quien considera probado que la austeridad no le sacará del pozo económico en el que ha caído. Son Mariano Rajoy, el PP y los empresarios que esperan recuperar su tasa de beneficio destruyendo el mercado laboral quienes la asumen y la defienden. Pero no los sindicatos, la izquierda (PSOE e IU), la sociedad civil movilizada en defensa de lo público o los seis millones de parados.

Es ahí donde ha residido el error de los socialistas franceses al plantear en un primer momento una "confrontación democrática" con Alemania para cambiar el rumbo de la política económica europea, porque no es a ese país al que hay que plantar cara, sino a quien lo dirige. Mejor hubieran hecho desde el principio en proponer una batalla de propuestas y valores contra la derecha europea, porque la francesa no se aleja demasiado en sus planteamientos de la germana.

¿Cómo? Con un programa común para la recuperación económica a través de la defensa del Estado del bienestar con quienes en Berlín, Roma o Madrid están dispuestos a decir basta al suicidio de la austeridad, demostrando que los intereses de la mayoría de los alemanes, los franceses, los italianos o los españoles difieren de los que encarna Merkel.

Parece increíble que habiendo construido la primera democracia supranacional de la historia que es la UE, con una orientación federal que se ejercita cada día en políticas comunes e instituciones tan impresionantes como el Parlamento Europeo o la Comisión, se haya conseguido introducir de nuevo la vieja dialéctica de unas naciones contra otras consideradas como un todo, olvidando que las componen ciudadanos con intereses y aspiraciones legítimamente contrapuestos.

Quienes creemos en una UE federal y solidaria, hablemos alemán o español, griego o sueco, italiano o inglés, estamos aún a tiempo de actuar como ciudadanos europeos, que es lo que somos. De lo contrario, este instrumento de valores y objetivos que es la Unión terminará naufragando en un indescifrable mar de banderas y mezquindades.