miércoles, 30 de enero de 2013

"¿Cómo medir el peso de España en la UE?", mi artículo en El Huffington Post

¿Cómo medir el peso de España en la UE?

Carlos Carnero

El Huffington Post, 25 de enero de 2013.
Vuelve con fuerza un debate que, tal y como se ha planteado hasta la fecha, siempre me ha parecido mal enfocado: el del peso de España en la UE. Y digo siempre, independientemente de que el Gobierno lo ocuparan los populares o los socialistas y del momento en que apareciese (Tratado de Niza, Constitución Europea o Tratado de Lisboa, por ejemplo).

Hace una década, por ejemplo, se sacaba a propósito de los votos adjudicados a España en el Consejo y, una vez que se acordó el sistema de doble mayoría de población y de países para adoptar decisiones en esa institución, sobre los umbrales de tales factores. Hubo un momento en el que más que políticos y diplomáticos, los responsables de nuestro país parecían matemáticos aficionados. Todavía guardo algunas tablas llenas de números que me arrancan una sonrisa.

Ahora retorna a la palestra porque ha dejado de haber un español en el Consejo del BCE y no se ha conseguido colocar a Luis de Guindos como presidente del Eurogrupo. De ello se ha hecho todo un drama que desemboca de nuevo en el Mar de los Sargazos del peso de España en la UE.

Así no tiene sentido enfocar el peso de España en la UE, al menos por dos razones.

La primera: porque la influencia (o peso, para utilizar la palabra al uso) de un país en la UE se mide por su capacidad de efectuar propuestas y formar alianzas para conseguir resultados políticos, muchas veces traducidos en términos legislativos y económicos. De poco le servirá a un estado que no haga o, al menos, intente una cosa u otra, que haya nacionales en determinadas responsabilidades.

La segunda, directamente relacionada con la primera: porque quienes ocupan puestos comunitarios tienen como primera obligación actuar en esa dimensión y nunca como ciudadanos de su país de origen, entre otras cosas porque se les mirará con lupa para ver si lo hacen. ¿Alguien imagina que el comisario de nacionalidad española -que no el comisario español, en un sentido de pertenencia- dejaría de denunciar a su estado si incumple el compromiso de déficit o las normas comunitarias en medio ambiente, por poner dos casos?

En realidad, quienes miden el peso de este país en la Unión por el número de españoles con responsabilidades de primera línea cometen varios errores.

Uno, que el interés de un estado como España sale adelante en la UE solo si es capaz de identificarlo con el interés comunitario, lo que exige propuestas y alianzas más que nombres personales. Decenas de ejemplos ilustran lo dicho, especialmente numerosos durante los primeros años de nuestra pertenencia a la Unión, pero también durante la última Presidencia semestral que hemos ejercido, en la primera mitad de 2010.

Otro, que el trabajo de promoción de las propuestas y conformación de las alianzas corresponde a quien representa a España, es decir, a su Gobierno a través de los políticos, los diplomáticos y los funcionarios, y no a los que, siendo nacionales, ocupan puestos comunitarios en los que encarnan al conjunto de la Unión.

Pensar en otro sentido (el de las casillas institucionales de relumbrón ocupadas por españoles) es hacerlo en términos decimonónicos, de diplomacia antigua, que nada tienen que ver con un concepto moderno, federalista de la UE.

Por eso haría bien el Gobierno en no seguir por esa vía de arenas movedizas, en la que nunca se estará satisfecho. Y también la oposición en no recorrerla, porque cuando estaba en el Ejecutivo argumentó correctamente contra el "peso de España" así considerado y se centró en promover políticas que, si era el caso, desembocaran luego en personas para aplicarlas, consiguiendo buenos resultados. Eso sí, a ambos les corresponde construir algo que sí pesa de verdad en Bruselas: el consenso en política europea.

No me olvido de los periodistas, porque a fuerza de resumir el mensaje en una frase y unos nombres, terminarán haciendo involuntariamente un daño adicional en el cuerpo maltratado del debate europeo en España, cuyos ciudadanos pueden pensar que se nos maltrata doblemente: con la austeridad y con el desprecio.

Ojalá haya muchos españoles y muchas españolas en responsabilidades europeas. Pero que sea porque, amén de sus cualidades personales, este país sea capaz de concitar acuerdos con sus propuestas y respeto por su capacidad para solucionar la crisis económica que lo atenaza.



Reino Unido: mejor dentro que fuera", mi artículo en Nueva Tribuna

Reino Unido: mejor dentro que fuera


Carlos Carnero

24 Enero 2013

Reconozco que cuando un amigo, dirigente laborista por más señas, me lo pronosticó en Londres el pasado mes de noviembre, me negaba a creer que llegara a ser cierto, pero al final ha terminado siendo verdad: el Primer Ministro británico, David Cameron, está dispuesto a sacar al Reino Unido fuera de la Unión Europea con tal de sortear su cada vez peor perspectiva electoral en las próximas elecciones generales, previstas para 2015.

Es evidente que su “conservadurismo compasivo” se ha traducido en una política brutal de recortes, que ha llevado al país a la recesión; también está claro que su “Big Society” y su espíritu de “modernización” de la política no han pasado de meros lemas que han dejado intactas las vetustas estructuras institucionales del Reino; y desde luego es obvio que su alianza con el Partido Liberal Demócrata es un matrimonio de conveniencia mal avenido en el que Nick Clegg estaba pagando el pato…hasta la fecha.

Porque los últimos sondeos tampoco dejan lugar a dudas: de celebrarse hoy las elecciones, los laboristas ganarían por un buen margen de puntos a unos conservadores en continuo retroceso que ni repitiendo el actual pacto de gobierno podrían matener el poder.

Así que Cameron ha decidido echar mano del tópico populista sobre Europa para desviar la atención de la crisis económica y de su fracaso frente a la misma, yendo más lejos que ninguno de sus predecesores: ni Thatcher ni Major se plantearon jamás en serio un referéndum para cambiar el estatuto del Reino Unido en la UE, y menos aún para abandonarla si se tercia.

Cameron sí lo ha hecho, situando un horizonte temporal (2017) y planteando una fórmula que conviene no dejar pasar desapercibida: la consulta (“in-out referendum”, dicen allí) tendría como objetivo pronunciarse sobre la permanencia o no en la UE una vez que Londres hubiera negociado con Bruselas –léase, con el resto de estados miembros- un cambio en su situación en la Unión.

Así que el Primer Ministro lanza a la cara a sus homónimos de los otros 27 estados miembros no un reto, sino un chantaje en toda regla: “o me concedéis lo que pido o pediré a mis ciudadanos que voten marcharse, es decir, ¿qué elegís, susto o muerte?”.

El caso es que el Reino Unido ya disfruta de una situación especial en la UE, a través de los llamados opt-outs, que le permite no participar en determinadas políticas. Pero los conservadores querrían ahora consolidar esa particularidad y extenderla porque, argumentan, no todo lo que se hace en la UE conviene al país.

Por el contrario, la verdad es que se trata de un juego ideológico y táctico basado en premisas falsas que aspira a no perder votos euroescépticos a favor del eurofóbo Partido por la Independencia del Reino Unido (todavía me acuerdo de sus estrafalarios eurodiputados), algo que podría fastidiarle muchos cuantos escaños en un sistema electoral de circunscripción uninominal a una sola vuelta, siempre a favor de los laboristas.

La UE no causa ningún perjuicio al Reino Unido ni limita su soberanía. Al contrario, es uno de los principales beneficiarios del mercado único, de las ayudas en momentos críticos (¿se acuerdan de las Vacas Locas?) y, por si faltaba algo, del presupuesto, a través del llamado “cheque británico” (British rebate), que les devuelve buena parte de su aportación a las arcas comunitarias. ¿Hay quien dé más?

La jugada de Cameron puede perjudicar al Reino Unido y a la Unión Europea al mismo tiempo, para a fin de cuentas no servirle para mantenerse en el poder y poder convocar el referéndum. Todo dependerá de que los laboristas se mantengan firmes en su posición actual: no a la consulta y sí a la presencia activa en la UE, donde se puede y se debe defender el interés británico sin paralizar la Unión. Por una vez, Tony Blair ha acertado al comparar al Premier conservador con el personaje de la película cómica que amenaza a los demás con pegarse un tiro en la sien.

En esa dirección, lo que digan otras potencias será importante, teniendo en cuenta la internacionalización económica y los lazos históricos británicos.

Obama ha sido claro: un Reino Unido fuerte en una UE fuerte; China e India también miran con estupor el derrape de Downing Street. ¿Y qué dicen los socios? El único preocupante es la Alemania de la señora Merkel, que desde hace meses busca en Londres un aliado y cuya primera reacción ha sido comprensiva hacia una negociación “justa” (fair) entre el Reino Unido y la UE en el camino propuesto por Cameron. ¿Incomprensible viniendo de un estado que apuesta teóricamente por la Unión federal? Quizás no tanto si pensamos que Berlín necesita aliados para mantener la catastrófica política de la austeridad por la austeridad cuando ya casi todo el mundo (en todos los significados de la palabra) la critica y que, como buena derecha que es, a la CDU-CSU le interesa sobre todo el mercado y, si es desregulado, mejor, algo a lo que los británicos dirían sí hasta amordazados.

Europa no se entiende sin el Reino Unido (o lo que quede de él si Escocia abandona el barco, que todo está por ver: ¿tendrá algo que ver con el referéndum en Escocia que el Partido Conservador sea casi en exclusiva un partido English, con pocos escaños fuera de Inglaterra?) y viceversa. Por eso mismo, el movimiento de los conservadores arrastra una dosis letal de peligrosidad en todos los sentidos que conviene no menospreciar.

Lo que está claro es que, cuando dentro de un tiempo se analicen estos años, una conclusión saltará a la vista: la irresponsabilidad con que las derechas europeas se han comportado cuando han estado en mayoría.

Lo fácil sería decir al Reino Unido “iros y dejadnos en paz”. Tan fácil como equivocado, of course, si pensamos como europeos.

sábado, 19 de enero de 2013

"Austeridad, comisarios y hechiceros": mi artículo en El Huffington Post

Aquí tenéis el artículo "Austeridad, comisarios y hechiceros" que he publicado en El Huffington Post sobre la gestión de la crisis por parte de la Unión Europea:

Austeridad, comisarios y hechiceros

De la impresión de que alguien ha decidido que la estrategia de comunicación pasa por preparar el terreno antes de que la semana próxima se conozcan los datos de la Encuesta de Población Activa del cuatro trimestre de 2012, que probablemente serán estremecedores. No se me ocurre interpretar de otra manera el intento de hacer pasar como una gran noticia que la Comisión Europea pueda avenirse finalmente a flexibilizar el calendario de cumplimiento de déficit para España, algo cuya importancia, sin embargo, es innegable.

Aunque no tanto como para que, de convertirse en realidad, pueda considerarse un cambio de rumbo en la estrategia suicida -sí, suicida, por fuerte que suene- que las instituciones comunitarias han adoptado frente a la crisis y que está sumiendo a la UE en su conjunto en la depresión económica y el desempleo masivo. En realidad, las cosas las ha dejado meridianamente claras el comisario Olli Rehn en su última rueda de prensa, que en los medios anglosajones sí ha sido presentada en toda su crudeza, que no ha sido poca.

Sostiene Rehn que las advertencias del Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre las consecuencias de la política de austeridad defendida por Bruselas pecan de tener únicamente en cuenta el lado "cuantitativo" de las mismas, olvidando lo que denomina "efecto confianza" que supuestamente producen. Perdonen la dureza de mi juicio, pero no se me ocurre otra comparación: es como quien pide al paciente que crea al hechicero con sus supersticiones en vez de al médico con su ciencia.

Porque lo que el FMI ha puesto encima de la mesa no son vapores, sino algo tan tangible como que los daños causados por la austeridad han resultado ser hasta tres veces más severos que lo previsto. Basta con echar un vistazo a las cifras de paro en la UE, en general, y en la eurozona, en particular, para darse cuenta de que los estudios se corresponden con la realidad, mientras que el "efecto confianza" de Rehn debe notarse únicamente en los despachos de los altos funcionarios comunitarios.

Así que una cosa es que a España se le conceda más tiempo para cumplir el déficit comprometido y otra muy distinta que alguien entienda de una vez en la dirección política y económica de la Unión que este país se está, literalmente, ahogando y que, si no se afloja rápidamente el dogal de la austeridad, acabará asfixiado de mala manera. Lo que implicaría elevar el listón del déficit al que se podría llegar en este y los próximos ejercicios presupuestarios y asumir que, dada la situación de emergencia existente, la activación de una línea de crédito preventiva como la ofrecida por el Banco Central Europeo para bajar sustancialmente los intereses a pagar por la deuda pública y por las empresas que pidan crédito no implicaría nuevas condiciones que activaran recortes adicionales.

De esta crisis no se saldrá sin una fuerte -aunque no única- presencia de lo público en la generación de crecimiento y empleo. Siempre ha sido así y no hay razones para pensar de otra manera. A no ser que se considere que un escenario deseable sería el de una alta tasa de paro permanente que ayudase a la bajada estructural de los salarios y las condiciones laborales, lo que, junto con un desmantelamiento del estado del bienestar, permitiría reducir el déficit público y ganar en competitividad. El problema es que en este caso no solo estaríamos llamando al hechicero, sino sobre todo al ideólogo que olvida que hace falta capacidad de consumo público y privado para consumir lo que se fabrica, o sea, que sin demanda no hay oferta, sin producción no hay recuperación que valga.

Sin reconocer ni un ápice de error en la política de austeridad, Rehn ha pedido al mismo tiempo la atribución a la Comisión Europea de más poderes de supervisión de los proyectos presupuestarios nacionales antes de que sean remitidos por los Gobiernos a los parlamentos. Todavía me parece mentira que el que suscribe, confeso federalista en la construcción europea y miembro de la Convención que redactó su primera Constitución, visto lo visto, no tenga margen para otra respuesta ante tal petición: para seguir haciendo esa política, para acabar con el modelo social europeo, NO, porque a nadie se le ocurre pagarle el veneno a quien va a echárselo en la copa. A no ser que sea un suicida.



miércoles, 9 de enero de 2013

Lincoln, de Emil Ludwig: una lectura que recomiendo

Cae en mis manos la biografía de Lincoln de Emil Ludwig (cuyos libros fueron calificados de peligrosos por el nazismo), en una edición de Juventud de 1969.

La devoro, no puedo parar de leerla.

La personalidad del que fuera Presidente de los Estados Unidos en la época más difícil de ese país da para mucho, desde las ideas de profundidad hasta las anécdotas más sabrosas.

Pero, sobre todo, transmite mensajes plenamente válidos para los tiempos que nos ha tocado vivir.

Ignoro si está editada recientemente, pero hay un enlace donde leerla digitalmente. Os la recomiendo.

Izquierda, austeridad, democracia, Año Europeo de los Ciudadanos, XV Aniversario de la Fundación Alternativas

Sobre todos esos temas he escrito en diciembre y enero en El Huffington Post y en Blog Alternativas en El País. Aquí tenéis los posts:

- Mejor volver a la izquierda que girar al centro

- La UE y Eurovisión sin Portugal

- Elecciones cada dos años para renovar la democracia

- 15 años haciendo democracia

- 2012, Año Europeo de los Ciudadanos: ¿espectadores o protagonistas?